Más de 96.000 voluntarios colaboran en Grecia con esta organización, cuatro de ellos son de Cantabria
Carmen Rodríguez, Pilar Machín, Aser García Rada y Mercedes Hernando están en los campamentos de Ritsona y Skaramagas
Cruz Roja está desplegada en Grecia con más de 96.000 voluntarios y trabajadores, entre los que también se cuentan los de Media Luna Roja, que forman parte del movimiento humanitario internacional. Por la fe que tienen en esta organización, en los campamentos de refugiados están trabajando cuatro sanitarios cántabros. El pediatra Aser García Rada está Skaramagas, y hasta ayer estaba aquí también la enfermera Mercedes Hernando. A una buena tirada de allí, en Ritsona, están la médico de familia Pilar Machín -de Treto-, y la pediatra Carmen Rodríguez, que trabaja en el Centro de Salud de El Alisal. Los cuatro están haciendo un trabajo increíble para los refugiados. Los cuatro han dejado sus trabajos para venirse aquí. Ya sólo por eso, merecen estas letras, pero la realidad es tan cruel que su aportación aquí es muy importante. Como la de los más de 96.000 voluntarios de Cruz Roja que han pasado ya por este país de Europa desde que empezó este drama humanitario.
Pilar Machín es médico de familia del consultorio de Treto. Carmen Rodríguez es pediatra del centro de salud de El Alisal, en Santander
El campamento de Ritsona está en una zona de bosque. Al llegar, hay un coche de policía en la puerta. Al acercarnos vemos que el agente duerme plácidamente con el asiento un poco reclinado. Cerca de la entrada está la carpa de Cruz Roja. Allí Carmen Rodríguez y Pilar Machín resuelven un problema con un hombre que casi no las entiende. No todos los refugiados saben hablar inglés, aquí hay más de 700. Por eso es tan importante que lleguen voluntarios que sepan árabe.
Las dos cántabras trabajan con desparpajo. Seguras. Serias, pero amables. Los sirios que estaban allí, al salir les dan las gracias poniendo palma sobre palma, como si fueran a rezar, y asintiendo con la cabeza. Carmen, la pediatra, está trabajando sin parar, pero reconoce que “veo los mismo problemas que en la consulta del centro de salud. Los niños tiene las mismas cosas que allí: resfriados, alguna diarrea, nada raro… El problema es que viven en la situación que viven, y eso Cruz Roja no lo puede resolver. Estamos aquí para darles salud”. Si encuentran un problema grave, pueden llamar a una ambulancia para que lleven a su paciente-refugiado al hospital Público Griego o a un médico especialista. Carmen sólo tiene una petición: “Que vengan más médicos, más compañeros. Aquí hay mucho trabajo y la experiencia es extraordinaria”, transmite esta voluntaria sanitaria. La pediatra Rodríguez sabe que, cuando la Consejería de Sanidad del Gobierno de Cantabria pidió voluntarios, muchos de sus compañeros valoraron el tema.
Pilar Machín atiende a varias mujeres que han llegado casi a la vez. Lo primero, es lo primero. Coincide con Carmen en que la experiencia es enriquecedora como médico, y que aquí hacen falta más manos. Las patologías de sus pacientes no son muy distintas a las que ve en el Consultorio de Treto, pero admite que muchos necesitan ayuda psicológica. Vienen de ver morir a sus hijos, a sus padres. Esas enfermedades de la mente van más allá de la Atención Primaria. Al preguntarla si había vivido alguna situación dura o difícil, se limita a decir: “Sí, pero no te la voy a contar”.
Quizá esa historia que Pilar calló sea la que cuenta Mustafa Abdu, un sirio de 24 años. “Hice una huelga de hambre de ocho días. Dije que hasta que no me registraran como refugiado no volvería a comer. Vinieron de la OIM -que es la organización que recorre los campos haciendo registros-”. Mustafa explica que, cuando aparecieron y le vieron así, “me dijeron que no podían hacer nada. Que no podían registrarme. Si esa no es su misión, ¿cuál es?”, pregunta cabreado. Y entonces, tras esa respuesta, Pilar Machín visitó su tienda. Llevaba sin comer ocho días, y Pilar y sus compañeros le convencieron de que comiera, de que cuando consiguiera salir de allí “tendría que estar fuerte”. Y Mustafá comió, y ahora cuenta su historia gracias a la ayuda que le prestó la médico de Colindres.
El drama del ‘manitas’ de Ritsona
Paseando entre las tiendas, que son de tela fuerte y las paredes mueren en la tierra-, unos hombres piden tabaco. Allí se les está acabando, y entre todos los fumadores se piden pitillos. No tienen dinero para salir a comprarlo, pero tampoco a dónde ir. Están en medio de la nada. Uno ofrece la comida que están calentando. Sonríe e invita. Este joven es como el presentador de Bricomanía. El suelo es de arena arcillosa y con ella, Yunes Alsalem -que es como se llama este sirio de 33 años-, ha moldeado montañas huecas abiertas en la cima que funcionan como hornillos. En la loma ha dejado un hueco por el que hacen una fogata, y en la parte alta de la montaña apoyan la cazuela. Están cociendo algo verde. “Serpientes”, bromean. Enseñan fotos de celebras que se han encontrado entre las tiendas, e incluso tienen un vídeo en el que se ve a un jabalí husmeando por allí.
Yunes pide que grabemos un sitio especial para él. Es como un ‘saloncito‘ que ha hecho con palets. Una gran ‘U’ de asientos con respaldo, y una mesa de centro. Todo de madera y está perfectamente montado. En los sillones han puesto cartones -tienen muchísimos de todas las cajas de la ayuda humanitaria que ha llegado hasta aquí-, y cubriéndolos con mantas están cómodos. En todos los campamentos hay muchísimas mantas -cada una de su padre y de su madre-, pero parece que la respuesta a esta demanda ha sido buena.
Después de mostrar estos dos trabajos (el hornillo de barro y el ‘saloncito’), Yunes enseña otra cosa. El motivo por la que está aquí. Saca su móvil -casi todos tienen uno y están en Facebook-, busca una foto y la enseña. Hay que cogerle el teléfono y acercárselo sin dar crédito. Es una imagen de su hija de dos años destrozada en un bombardeo. Atroz. Con encogimiento le pregunto que cómo hizo esa foto, por qué, para qué. La respuesta no le incomoda: “He visto tantos muertos, he visto tanto horror, que ver así a mi hija no me impresionó. Me impresionó perderla”. Duro. Su mujer y él han estado muy mal. Tienen otros dos hijos y por eso huyen de Siria. De esto hace seis meses.
Preocupados por los niños y su educación
Caminando mirando hacia el suelo y meditando llega Yousef Hanash. También es sirio y tiene 42 años. Quiere hablar. “Los mayores estamos acabados. Después de aquí no tendremos vida. Pero, ¿y los niños? Sólo quiero un futuro para ellos. Nosotros hemos aguantado cuatro años de bombardeos, hemos esperado a que el problema se solucionara, pero no acaba y nos hemos ido. ¿Qué hemos hecho los sirios al mundo? ”. Esa es una de las grandes preguntas que se hacen y a las que nadie sabe darles respuesta. “No todos los sirios son del Daesh. La mayoría no”. Karrum, el sirio de Treto, así lo jura. “Quién más sufre las consecuencias del Daesh somos los propios ciudadanos de allí”.
Cambio de escenario
El campamento de Skaramagas está a 13 minutos de Atenas, según Google Maps. Allí está el pediatra Aser García Rada, de Santander pero con residencia en Madrid. Lleva en este campo dos semanas, una después de que Ejército de Tierra lo haya habilitado para acoger a 2.800 refugiados. Lo gestiona la Marina griega, y entrar no es problema. De hecho, los agentes preguntan sobre España, todos dicen que venimos de un buen país.
Aser, junto a su compañero Pachi Allo (de Tenerife), completan su turno -de momento están allí de 9.00 a 14.00-, y están haciendo un primer reconocimiento de todos los pacientes que se acercan hasta la ‘caravan’ de Cruz Roja. Llaman así al contenedor de obra en el que trabajan, que está sobre unos palets a unos palmos del suelo. “Preferimos llamarlos ‘caravan’ porque no vamos a decirles ‘¡hey, qué suerte tienes, vives en un contenedor!. ‘Caravan’ suena menos fuerte”.
El pediatra García Rada comparte la impresión de sus colegas Carmen Rodríguez y Pilar Machín (las voluntarias de Cruz Roja del campamento de Ritsona). “Lo que vemos aquí es muy parecido a lo que tratamos en las consultas en España. Los niños tienen refriados, alguna diarrea aislada… Pero muchos mayores necesitan ayuda psicológica. Cuando llevas viéndoles dos semanas, te das cuenta de hay gente con depresión, con ansiedad e incluso con problemas psicóticos. Escapan de circunstancias muy duras, de situaciones dramáticas. Y llegan a Grecia, y pasan las semanas, y nadie les dice nada. Nosotros estamos aquí para ofrecerles salud, pero no podemos solucionar su situación”. Aser es un buen pediatra y sabe cómo hacer que los niños respeten la consulta que Cruz Roja tiene en una ‘caravan’ de este campamento de Skaramagas.
De él y de sus ‘habitantes’ será la próxima Carta desde Grecia.