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Podían haberse quedado en sus consultas atendiendo a sus pacientes y disfrutando de la vida en sus tiempos libres, pero las tres prefirieron ‘alistarse’ en Cruz Roja y viajar a Grecia a ayudar a los miles de refugiados que están atrapados en el limbo europeo. La médico de familia Pilar Machín, la pediatra Carmen Rodríguez y la enfermera Mercedes Hernando ya están de vuelta en Cantabria tras pasar varias semanas en los campamentos y, ahora, lejos de olvidar, miran el calendario buscando una fecha para volver. Para las tres es «un privilegio ayudar a los refugiados», frase que repiten todos los voluntarios que, ante la injusticia de la perversa realidad, han hecho los petates y se han plantado en primera línea de un conflicto en el que la vida de los damnificados por el terrorismo islámico y las guerras no parece ser una prioridad para las autoridades europeas. Y allí fueron ellas, como otros miles. Cruz Roja está trabajando a destajo en Grecia, y para ellos será la recaudación de la venta de entradas y de la ‘Fila 0’ de la I Gala Solidaria de Cantabria DModa, que se celebrará el próximo jueves, día 2 de junio, a partir de las 20.30 horas.
Pilar, Mercedes y Carmen –Machín, Hernando y Rodríguez– son tres cántabras valientes y responsables con su profesión. «Ser enfermera significa ayudar a los demás, ya sea en Valdecilla, en Grecia o en Senegal», apunta Mercedes Hernando, sanitaria con 34 años de experiencia a sus espaldas. La muerte de su hermana el 29 de enero le impulsó a ir a Grecia. «La estuve cuidando hasta el final y ella me hubiera animado a ir. Es mi homenaje». Esta enfermera de Valdecilla ha trabajado con Cruz Roja durante 34 días en los campamentos de Ritsona y Skaramagas, «dos mundos distintos de una misma realidad». En el primero, los refugiados viven en tiendas militares en pleno bosque. El segundo, en contenedores de obra con baño, agua caliente y aire acondicionado. Dos realidades injustas que inquietan, porque «los refugiados de Skaramagas veían que una inversión así por parte del Ejército griego no estaba concebida como algo temporal».
Carga emocional
Al llegar y ver dónde iban a dormir se emocionaban, pero poco después caían en la cuenta de entrar allí significaba que el esfuerzo realizado no había servido para llegar donde querían llegar, ya fuera Alemania, Suecia o España. La mayoría tenía un destino donde les estaba esperando alguien y todavía no han llegado. «Vienen de huyendo de la guerra, han caminado hasta el extremo para buscar una nueva vida. Por eso yo no pienso ¡pobre gente! Yo veo a gente valiente. No quiero imaginar cómo nos habríamos defendido de esto los españoles».
A Mercedes Hernando le preocupa especialmente que se les atienda psicológicamente, porque tienen una gran carga emocional. «Se sienten como una ballena varada en la playa porque ven que el mundo se ha olvidado de ellos. Y a eso le sumas que muchos han perdido familiares; que se han metido la paliza de un viaje eterno; que han tenido que acampar; que luego se les han llevado a otro campo que, aunque sea mejor, no es donde quieren estar… Se preguntan qué son para el mundo…».
El que primero ha plantado cara a este drama humanitario ha sido y es el pueblo griego, y tanto Hernando como Pilar Machín y Carmen Rodríguez coinciden en que su implicación está siendo ejemplar». Las tres tienen decenas de anécdotas. Pilar, la médico de Colindres que ha trabajado en el campamento de Ritsona, recuerda el día que la ambulancia llevó a una mujer refugiada al hospital de Atenas para dar a luz. Allí las ambulancias les llevan, pero no les devuelven, así que las salas de espera se masifican de refugiados que no saben dónde ir. Y ahí entran en escena los griegos más solidarios que, pese a la que ya tienen encima por estar su país como está, ofrecen a los refugiados la posibilidad de que se duchen en sus casas para, después, llevarles de vuelta a los campamentos donde están sus familias o sus amigos.
«Valorar lo que tenemos»
Pilar Machín ha trabajado en Ritsona 28 días y, ya de vuelta en Cantabria, siente que esta experiencia «me ha enriquecido y me ha hecho darme cuenta de la suerte que tenemos de estar donde estamos, de vivir como vivimos y de que podemos perder todo en cualquier momento». Con esta filosofía de aprovechar la vida al máximo y discurrirla ayudando, Machín recuerda el primer día que llegó al campamento. «Me chocó ver las tiendas y a los niños jugando descalzos y sonriendo. Pasando consulta entiendes que la mayoría viene porque quieren que alguien les preste atención. Necesitan sentir que tienen que ir a un sitio y ser escuchados. Y ahí, los traductores tienen un papel muy importante, porque les ayudan a vaciarse emocionalmente. Tirso y Sami han sido nuestros intérpretes de árabe y su trabajo es fundamental».
En este punto también coinciden todos los voluntarios de Cruz Roja porque cuando una mujer llega diciendo que le duele la cabeza y la exploran, es el traductor el que empieza a preguntarle y los médicos se enteran de que ha perdido a un hijo, o que no puede dormir porque tienen pesadillas por los bombardeos… «El estrés postraumático, la indefensión que sienten les hace sufrir fuertes depresiones», añade Hernando.
Los niños son de otra pasta, porque son capaces de sonreír aunque corran descalzos, de jugar con un palo como si fuera el mejor juguete del mundo o de asistir de público como un ritual cada tarde para animar a los mayores que juegan al fútbol. La pediatra Carmen Rodríguez ha atendido a muchos menores durante las semanas que ha trabajado en el campamento de Ritsona y, aunque la mayoría presentaba cuadros muy similares a los que trata a diario en el centro de Salud de El Alisal, no puede dejar de preguntarse qué futuro les espera a todos estos pequeños porque, viendo el ritmo al que Europa está solucionando este drama, tiene visos de que crecerán bajo las lonas de los campamentos.
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