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Leticia Mena

Cartas desde Grecia

Pireo, calendario sin fechas

Segundo día en Grecia

Cerca de 2.000 refugiados aguardan en los campamentos del puerto a que
las instituciones europeas les ofrezcan una alternativa que no sea volver a Turquía

Los griegos celebran este domingo la Resurrección. En las calles, muchos restaurantes asan corderos sobre las brasas y lo que anuncian con carteles en los que se lee ‘kokoreti‘. No son las nueve de la mañana y ya hace 17 grados. Este domingo, el metro está cerrado, “pero no porque sea fiesta. Los conductores de este medio de transporte están en huelga por ser, precisamente, el Día del Trabajo”, dice Alborán Martínez de Murga, un voluntario con acento andaluz que dice que es “del Sur de España o del Norte de África. ¿Qué más da?”. Los autobuses sí prestán servicio, y unos agentes de la policía griega dicen que la mejor forma de llegar al Pireo es cogiendo el autobús 040. El billete cuesta 1,40 euros. En una parada se sube Fuli, una mujer de Atenas, que al oír hablar en español saluda sorprendida. Ha estudiado nuestra lengua durante tres años en la Embajada de España y ha viajado a Madrid, Sevilla y Barcelona. Admite que los refugiados le asustan porque está muy preocupada por los jóvenes griegos. “¿Qué futuro les espera? No lo digo por mí, que ya tengo 70 años. ¿Qué harán ellos?”, se pregunta.

La parada está cerca de la entrada del puerto E4. La voluntaria cántabra Fátima Figuero estuvo aquí hace unas semanas y recuerda que estaba lleno de refugiados. Hoy no queda nadie. En la E3 tampoco. Las amplias pistas de asfalto están limpias. No hay ni un solo papel. La voluntaria sueca Anne Wolter explica que “hace unos diez días, llegaron autobuses y empezaron a subir a la gente diciéndoles que les llevaban a los campamentos de Katirina, a unos 400 kilómetros de Atenas. A otros se les llevaron a Skaramangas”. Antes había más de 7.000, “ahora quedan unos 2.000”, dice Juan Carlos Galvez, el coordinador de la ong Remar en todos los campamentos del país donde tienen sede.

En un puesto de agua hay tres sirios y Mohamed Karrum, el sirio que vive en Treto, se pone a hablar con ellos. Se llaman Saner Sliman, Mohamed Obdnela y Noh Al Mdaday, y se han conocido hace ya tres meses en este campamento. Saner es el mayor de los tres. Tiene cuarenta años y cuida de los otros dos, que están en una situación peor que la suya. Mohamed tiene 23 años y cojea al caminar. Al preguntarle qué le ha ocurrido, la respuesta desgarra. “Hace seis meses, el Daesh bombardeó mi casa. Mi madre y mi hermano murieron. A mí sólo me destrozaron la pierna”. Promete que no le duele. Nohal es el más pequeño. Tiene 16 años y los ojos muy tristes. De Siria voló a Líbano y, con su padre, fue andando hasta Turquía. Allí pagaron a unos hombres para que les cruzaran en barco a Lesbos. Vio como algunos chicos cayeron al agua. “Éramos demasiados”. Mientras cuentan su historia quieren presentarnos a sus compatriotas. Tras un gran ferry está escondida su vida. Una ciudad de tiendas de campañas se pierde en el horizonte.

Una agente de policía y dos soldados del Ejército griego preguntan al grupo qué queremos, que si somos turistas. “Somos voluntarios. Queremos saber qué necesitan para ayudar”, dice la cántabra Fátima Figuero. Tras comprobar los carnés de identidad, el grupo pone pie en el campo del olvido.

 

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Sobre el autor

Madrid. Licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense. Se incoporó a El Diario Montañés en el año 2000. Desde 2010 es Jefa de Edición de eldiariomontanes.es


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