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Javier Menéndez Llamazares

Llamazares en su tinta

Vuelve el lobo

Vuelve el lobo a las montañas del norte, y su regreso despierta los mismos fantasmas de siempre: ovejas y cabras que desaparecen, inquietud en los pueblos, ganaderos que claman venganza… Y eso que, después de siglos en los que nuestros antepasados se esforzaron por perseguirles y prácticamente exterminarles, a finales del siglo XX la mala conciencia por la hecatombe ecológica que, como especie, hemos producido en este planeta, parecía que había cambiado nuestro punto de vista y nos había dotado de una sensibilidad inesperada, con el ardiente deseo de respetar la naturaleza y su ancestral equilibrio de poderes.

La relación entre lobos y hombres siempre ha sido, cuando menos, extraña. A los romanos les gustaba imaginarse que descendían de una loba, aunque fuera de forma adoptiva, pero generalmente siempre les hemos pintado como el malo de la película, sobre todo en historias populares y cuentos infantiles. «¡Que viene el lobo!» era el grito de aquel pequeño mentiroso que, en realidad, jugaba con un terror muy real, el de que apareciera un enemigo formidable, y casi imbatible, que no sólo podía dejarte en la indigencia, devorando tu rebaño; aún peor: podía acabar contigo, devorarte.

Yo nunca he visto a un lobo más que por televisión, en aquellos programas de Félix Rodríguez de la Fuente que nos los vendía como animales casi mitológicos, que casi te daban ganas de adoptar y criarlos en tu dormitorio. Pero un paisano de mi pueblo me explicó lo que sentía realmente al verlos: «yo tendía quince años y estaba haciendo carbón en el monte, y cuando vi uno pasar a cuatro o cinco metros se me erizó tanto el pelo que se me levantó la boina». Eso es terror.

Por entonces, el mundo debía de ser un bosque interminable, con muy pocos claros. Un lugar terrible, donde la justicia, más que natural, era la ley del más fuerte. Porque el lobo siempre nos ha servido para enseñar el miedo a los niños, para comprender que otro podría destruirnos, seamos cerditos o díscolas caperucitas. Hay lobos nocturnos que, a veces, tenían algunas patas de menos. Porque muy a menudo los humanos hemos sido, como decía aquel pensador, lobos para el hombre. A malos, probablemente no haya quien nos gane.

Tal vez por eso hemos perseguido al lobo con tanta saña, como si buscáramos su exterminio. Lo toleramos domesticado, en esa versión descafeinada que llamamos perro, pero cuando compite contra nosotros sólo nos gusta verlo en documentales. Como si no quisiéramos compartir la tierra con otros depredadores. Para eso, ya nos bastamos nosotros solos. ¿Qué no? Echen un vistazo a cualquier parlamento, cualquier ayuntamiento, cualquier partido político, cualquier reunión de pastores donde esté en juego el más mínimo poder. Conociendo a los humanos, parece mentira que le tengamos miedo a los lobos. Pobres animalitos.

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Cantabria

Blog del escritor Javier Menéndez Llamazares en El Diario Montañés

Sobre el autor

Desde 2009 escribo en El Diario Montañés sobre literatura, música, cultura digital, el Racing y lo que me dejen... Además, he publicado novelas, libros de cuentos y artículos y un poemario, aparte de cientos de páginas en prensa y revistas. También me ocupé de Flic!, la Feria del Libro Independiente en Cantabria. www.jmll.es

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