Para los que estábamos convencidos de que el gamberrismo era una manía juvenil y, sobre todo, que se cura con el tiempo, la actualidad ha venido a darnos en las narices con ese semioctogenario vigués que dedica el tiempo libre a hacer el mal, imaginamos que a jornada completa, porque entre lo poco que tendrá que hacer y lo mucho que cansa eso de andar liándola por todos lados, no le dará tiempo para mucho más.
Resulta que al hombre, a sus setenta y nueve añazos, le ha dado por rayar coches y meter palillos en cerraduras de vehículos y portales. Y, además, con técnica y mala leche, según la policía: primero introduce el mondadientes y luego lo parte, dejando el mecanismo inutilizado. Una afición que le ha llevado a enemistarse con todo el vecindario, atónito e impotente ante esta oleada de actos vandálicos que ni las autoridades han podido frenar, tras llevarle un par de veces al cuartelillo y otras cuantas al juzgado, donde al parecer le han hecho rascarse bien el bolsillo, pero no lo suficiente.
Cierto que un barrio llamado ‘El Calvario’ como que invita a hacer la pascua, pero hasta para hacer el cafre hay que hacerlo bien. Y como lleva desatado al menos desde 2013, al final lo tenían calado y han acabado poniéndole en los carteles, como si fuera un moderno Billy el Niño, pero con gorra y cacha. Cacha que, al parecer, maneja con alegría y lleva siempre cargada, para aporrear con ella a cualquiera que se atreva a recriminarle lo más mínimo.
Nadie sabe si obra siguiendo un plan revolucionario o si está cabreado con el mundo; de momento, se descarta que buscase un récord, porque lleva ya más de mil coches rayados, y la excusa de que no estuviera en sus cabales la ha echado por tierra la policía, que después de tres horas de interrogatorio tuvo que soltarlo, dándole por cuerdo. Los que sí quieren darle, pero de verdad, son los vecinos, sobre todo porque sus gracietas salen a unos dos mil euros por víctima. Y visto que, por su avanzada edad, no va a acabar entre rejas, lo único que le libra de que se tomen la justicia por su mano es que agredir a un anciano, además de ser una bajeza, debe de estar muy penado. Pero no descarten que, de seguir en sus trece, acaben aplicándole la ley de Lynch antes de que consiga que le ingresen de balde en algún asilo, que podría ser lo que anda buscando.
Eso sí, ahora que no nos vengan con que la juventud se está echando a perder y que ya no respetan nada. Ya ven, el siglo XXI ha acabado rompiendo todas las barreras, incluso las generacionales: los gamberros ya no tienen edad. Manifestaciones, vandalismo y quién sabe si pronto hasta botellones… ¡Cómo nos lo vamos a pasar en el geriátrico!