Sería un bulo, seguro, pero claro, cuando te manda tu madre –que por mucho que le pille la alarma al otro lado del mundo, una madre es siempre una madre– el ‘wasap’ más reenviado de la semana, ése que alerta sobre unas conservas contaminadas, al final no te queda otra que enfilar la despensa, cacharrear un rato entre las decenas de tarros, bolsas y objetos varios, hasta localizar los elementos sospechosos: unas tristes latas de sardinas. Justo esas que tenía guardadas para arreglar con pan y cebolla una tarde tristona, como esta en que graniza sobre Santander y hay pocas ganas de salir a la calle en busca de emociones más fuertes. Aunque, para emociones fuertes, qué mejor que una intoxicación alimentaria, o más bien librarse de ella. Botulismo. Ni idea de qué significa, pero bien desde luego que no suena. ¿Será algo de los botes? Como con los pimientos asados o la mermelada casera, esas aventuras que parecen de Padrón, porque unas veces acaban en gastroenteritis y otras ‘non’.
Vamos, que mis sardinas desfilaron hacia el más allá, con escala en el cubo de la basura, aunque por suerte pude quedarme las coloradas –qué gran título el de esa novela que sonó para el Planeta hace unos años: ‘Sardinas coloradas’–, un ratillo antes de que me diera por brujulear por internet para descubrir con disgusto que tal vez me hubiera precipitado con el expurgo: ni botulismo, ni alerta sanitaria, ni na de na. Otro bulo más. Simplemente, una cadena de supermercados retiró un lote de manera preventiva y luego quién sabe cómo empiezan estas cosas. Puede que con buena fe o con mala leche; o por aburrimiento.
Pero también puede que, en este mundo de tecnología punta y competitividad extrema, algún avispado del marketing viera la oportunidad perfecta para hundir las ventas de la competencia. Los rumores serán más viejos que la orilla del río, pero siguen siendo tan eficaces como cuando a María Antonieta le endilgaron aquello del «pues si no tienen pan, que coman pasteles». Digan lo que digan los publicistas y los telefamosos, que hablen mal de uno suele acabar en bancarrota.
Y además, seguimos creyéndonos cualquier información por el simple hecho de verla escrita. Aunque, en este caso, el mensaje que saltaba de móvil en móvil no incluía ni la más mínima prueba de su veracidad; tan sólo el nombre del supermercado, el número de lote y un latinajo, que eso siempre asusta, sobre todo si eres un «cobarde, gallina, capitán de las sardinas» y has crecido viendo por la tele lo de la colza y el síndrome tóxico.
Eso sí, la próxima vez a ver si la alarma se refiere a las coles de Bruselas, el curry o la remolacha rallada, que esas conservas sí que tengo ganas de hacerlas desaparecer de mi despensa.