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La vieja traza del Santander-Mediterráneo entre estas dos estaciones atraviesa paisajes magníficos
Puentes sobre el río Nela y trincheras son algunos de los atractivos del recorrido de 9,5 kilómetros
La ruta de nueve kilómetros y medio entre las estaciones de Brizuela y de Horna-Villarcayo depara muchas sorpresas, casi todas agradables. El recorrido por la antigua traza del Santander-Mediterráneo es una pequeña aventura en la que hay que cruzar desfiladeros y puentes ferroviarios que pasaban inadvertidos desde el tren, pero que son dignos de observar para el senderista. La línea fue clausurada por el Gobierno el 31 de diciembre de 1984 junto con otras consideradas deficitarias y la vía comenzó a desmantelarse en 2003. Recorrer a pie la explanación por la que circuló el ferrocarril tiene un no sé qué especial. Merece la pena seguir las huellas del desaparecido camino de hierro que surcaba vistosos paisajes.
En la estación de Brizuela, el edificio de pasajeros fue rehabilitado y funciona como bar y albergue. También se ha remozado la caseta de servicios y está en fase de recuperación, para usos vinculados al alojamiento, la nave de mercancías, que ya tiene colocado el tejado, ausente en la anterior excursión de casi once kilómetros que realizamos en agosto de 2012 desde Dosante.
La estación de Brizuela está en el punto kilométrico (PK) 355 del Santander-Mediterráneo e iba a quedar como la última del antiguo itinerario desde Calatayud, ya que estaba previsto el cierre de las de Santelices y Dosante-Cidad con la puesta en marcha del nuevo ramal que discurría por La Engaña y que iba a llevar el tren hasta Santander. El gran escollo físico para que el tren llegara a la capital cántabra era la cordillera. A pesar de que en 1961 se acabó de construir el túnel de casi siete kilómetros de longitud que atravesaba la divisoria, el trazado no se completó y nunca entró en servicio. La de Dosante, situada en el PK 365,7, fue la estación terminal de la línea abierta, y en ese pueblecito burgalés se detuvo el ferrocarril.
Salimos de Brizuela por la caja de la vía. Es 29 de marzo. La temperatura ambiente es de 14 grados y amenaza lluvia, como todos los días previos de esta Semana Santa. El balasto sobre el que se asentaban los raíles y las traviesas es abundante y basto. La irregular grava dificulta el avance. Dejamos atrás el antiguo paso a nivel del Camino de la Fuente. A izquierda y derecha hay estrechos canales por los que corre el agua y encontramos tramos inundados en el centro de la senda. Algunas traviesas desperdigadas afloran en el suelo. Un águila cruza el cielo. A ambos lados del camino, los prados resplandecen de verde tras las abundantes lluvias de marzo.
Trinchera en el antiguo trazado del ferrocarril S-M entre Brizuela y Escaño. T. COBO
En el desfiladero
Un potente chorro de agua sale por la boca de un depósito en el PK 354,1 y el camino se transforma en riachuelo. Para no mojarse los pies, hay que pasar por encima del colector, a la derecha, y continuar por el terraplén. Los troncos pelados de unos arbustos sirven de oportunos asideros que evitan los resbalones. Unas traviesas que emergen en el tramo encharcado permiten continuar la marcha por el centro hasta pisar en seco.
Nos adentramos en una bonita trinchera de roca y arcilla gris, en curva hacia la izquierda. Lástima que alguien haya decidido utilizar el fondo del desfiladero como vertedero. Hay bidones, cajas, sillas, neumáticos… ¡Y un coche con el morro chafado! Da miedo. Dejamos atrás estos trastos. A partir del PK 353,4 y durante unos 400 metros, avanzamos en paralelo y muy cerca de la carretera de Villarcayo, la BU-561, que se puede ver desde la explanación a la derecha. Dos águilas que anidan en las cercanas peñas sobrevuelan la zona.
Avanzamos por una prolongada recta. Pequeñas mariposas amarillas revolotean entre los arbustos. Cruzamos un paso a nivel y, doscientos metros más allá, en el PK 352,1, entramos en un puente volado sobre el Nela. Estos puentes son bastante llamativos. Consisten en dos altas vigas metálicas tendidas sobre alargados pilares de piedra que sobresalen en perpendicular con forma de flecha. Las traviesas se colocan entre los dos armazones paralelos de hierro. Entre los tablones media el vacío y, en la estructura sobre la que nos encontramos ahora, a doce metros sobre el suelo, la separación entre madero y madero es mayor de lo habitual. Por los amplios huecos se ve correr el río, que baja caudaloso y veloz, lo que intensifica la sensación de vértigo. Además, estas construcciones sólo tienen barandilla a un lado, en este caso el izquierdo.
En el apeadero
Cien metros más allá, el camino de San Bartolomé cruza la vía y tenemos a tiro de piedra el apeadero de Escaño, a la altura del PK 351,9, en un bonito paraje, muy verde. Rompe a llover. El edificio de pasajeros está en ruina, pero con puertas y ventanas clausuradas, por lo que apenas ofrece refugio bajo sus exiguos aleros. La caseta de servicios carece de tejado y está muy deteriorada. Tomamos el camino hacia el pueblo. Hay que atravesar un puente sobre el Nela y cruzar la N-561. Sorpresa: en Escaño no hay cobertura. Y tampoco sobran los lugares en los que guarecerse. La lluvia persiste. Menos mal que la mochila de la cámara tiene su propio chubasquero. Echamos a andar por la carretera en dirección a Brizuela y sólo tres kilómetros más allá, al llegar a esta localidad, el móvil deja de estar fuera de servicio. Pedimos rescate y mañana reanudaremos la marcha.
Es 30 de marzo, temprano. De nuevo en el apeadero de Escaño. Con paraguas. Llueve. A la salida de la estación, la explanación no está cubierta de balasto, sino de reluciente hierba. A la derecha, a lo lejos, se ven casas y la iglesia del pueblo y, a la izquierda, prados muy verdes y extensas fincas de siembra todavía sin brote alguno.
La senda discurre por un valle entre dos cadenas de peñas quebradas. Viene de frente un paseante bajo su paraguas y acompañado por su perro. Después de un tramo por tierras de cultivo y tras cruzar otro paso a nivel, el camino traza una curva hacia la izquierda entre taludes. Superamos otro paso a nivel y, doscientos metros más allá, en el PK 350,6, hay un puente metálico sobre el río Nela, en este caso con la plataforma compacta, sin vacíos. En la única barandilla, a la izquierda, sólo quedan los barrotes verticales. Las vistas del río, muy crecido, y de las montañas son magníficas. A la derecha se observan casas del pueblecito de Escanduso.
Desde Escaño, la traza de la vía se ha convertido en un sendero muy transitable. Hay trechos sin apenas grava y, en los que aparece de nuevo la piedra, está muy compactada. En el paisaje se alternan los sembrados con los pequeños terraplenes. La lluvia también aparece y desaparece a intervalos. En el PK 349,9, encontramos otro puente metálico sobre el río. Justo antes de acceder a la plataforma, hay una señal de la ruta de corto recorrido PRC-BU 147 que marca una doble dirección, hacia Salazar, a la izquierda y, de frente, hacia Cigüenza, que dista 2.450 metros de donde estamos.
Recorridos 450 metros, llegamos a un paso a nivel y a una nueva señal del PRC-BU 147, que indica, por la derecha, el camino hacia Cigüenza. Seguimos recto por la caja de la vía. En el PK 349,3, a la derecha, hay un muro de contención de piedra que no se ve desde la explanación, y que se levantó para apuntalar el terreno, ya que al pie de ese precipicio el río da una espectacular curva. A ese lado puede verse el pueblo de Tubilla. Se abren claros y asoma, por fin, el sol.
Por el puente a Cigüenza
En el PK 348,9 hay otro paso a nivel. A partir de aquí el sendero está flanqueado por zonas boscosas. A la derecha quedan el río y la carretera, entre la explanación ferroviaria y las montañas. Avanzamos por una larga recta. Hay un paso a nivel en el PK 348,4, desde el que se distinguen, muy al fondo, algunas casas y la torre de una iglesia. En el PK 358, 2, a la izquierda, se ha levantado un muro de contención de cemento, al pie de las instalaciones del depósito municipal de aguas de Cigüenza. Antes de llegar a las casas, en el PK 348, hay un puente volado bajo el que discurren, en paralelo, un camino, el río y la carretera BU-561. Es curioso ver pasar los coches bajo nuestros pies por los huecos entre los travesaños.
A la salida del puente hay una pequeña trinchera de roca por la que entramos a Cigüenza, con curva a la derecha. A la izquierda dejamos las primeras casas y la iglesia. Cruzamos el paso a nivel del barrio de San Lorenzo y desde ese punto todo es prácticamente una interminable recta que nos llevará hasta Villarcayo. El pueblo de Cigüenza se extiende a la izquierda. A la derecha, grandes praderas descienden desde las faldas de las montañas. A la salida de la localidad atravesamos el paso a nivel del Camino de Villalaín. A lo lejos se divisa Villarcayo.
Desde el PK 346, 9, la traza de la vía vuelve a estar descuidada y cubierta de balasto. En este tramo cruzan la ruta los caminos de Ortarnero y de Villahermosa. A partir del PK 346,3, los raíles y las traviesas ya no están levantados, pero un pastor eléctrico corta el paso y una alambrada cierra todo el perímetro. La sorteamos para proseguir nuestro camino. La vía está invadida a trozos por matojos, zarzas y arbustos. Tan pronto llueve y el cielo se vuelve plomizo como se abren claros y asoman retazos de un vivo azul entre nubes muy blancas. Junto a unos pequeños frutales silvestres que están el flor se yergue una flamante señal en forma de aspa que advierte de la presencia de un paso sin guarda.
Con las vacas en Horna
A la entrada a Villarcayo la vía se bifurca y después se disemina y ensancha hacia el muelle de carga. El camino sigue cercado por ambos lados y ahora se entiende por qué. Unas pacíficas vacas pastan con sus terneros en la playa de vías. La hierba crece entre los carriles. Por la derecha rebasamos las instalaciones de la Ganadería Tito. Sólo unos pasos más allá, accedemos a la estación de Horna-Villarcayo, en el PK 345,6. Hemos llegado a destino. A la izquierda vemos, por detrás, el enorme edificio de mercancías, sede del centro cultural ‘Las Vías’. Más allá está el edificio de viajeros, gemelo del de Medina de Pomar y ambos distintos a los del resto de la línea del Santander-Mediterráneo. La fachada principal está rodeada por una verja verde. Todas las construcciones están pintadas de blanco. También la caseta de servicios.
La estación de Horna, a kilómetro y medio de Villarcayo, era una de las principales del Santander-Mediterráneo. Además de los edificios habituales, encontramos talleres de mantenimiento y reparación de locomotoras, almacenes, carboneras, depósitos de agua, el brazo (o toma) de la aguada pintado de amarillo, casas de personal, dormitorios para los maquinistas, una rotonda con plataforma giratoria.
Y, como recuerdo del tiempo que se fue, ahí sigue expuesta, sobre la vía, una locomotora Mikado, herrumbrosa y maltratada, pero todavía capaz de despertar admiración. La cabina incluso recibe ‘pasajeros’ que quieren curiosear lo que queda en su interior. Según los datos recogidos en el portal EuroFerroviarios, esta máquina con matrícula 141 F 2401 fue construida en Euskalduna en 1958 y trasladada a Horna en 1991. Renfe utilizó este modelo de locomotora a vapor de origen americano entre 1953 y 1975. Las Mikado tiraban de trenes tanto de mercancías como de pasajeros y alcanzaban una velocidad máxima de 90 kilómetros por hora.
A la salida de la estación de Horna-Villarcayo, se encontraba el paso a nivel sobre la carretera CL-629 Bilbao-Burgos, donde hoy se cortan los raíles, que reaparecen al otro lado de la calzada, y desde ahí la línea sigue su trayecto hacia Medina de Pomar.