Conozco a algunas personas a las que no les gusta la carne o el pescado. A otras que no prueban el alcohol, incluso a muchas a las que la palabra verduras les produce urticaria. Es más, varios de mis amigos no dan ni medio céntimo por un plato de percebes. Sin embargo, desconozco al ser humano que rechace un currusco de pan, aunque sea del día anterior. ¿Qué tendrá el pan para que un domingo por la mañana se hagan colas para comprar una baguette o una barra de media cocción? ¿Qué ingredientes pueden crear tal adicción para que todos los días estén las panaderías llenas e, incluso, proliferen los puestos de venta hasta en los barrios más desfavorecidos?
En muchos pueblos de la región el pan lo siguen dejando en la puerta de casa. El panadero, o algún empleado, coge a primera hora el coche y va vivienda por vivienda repartiendo barras sacadas del horno unas pocas horas antes. Y, además, te vende el periódico y hasta algún producto de repostería elaborado en su propio obrador.
Quizás ese ingrediente secreto que crea la adicción al pan se llame educación. Estamos acostumbrados desde niños a comprarlo y consumirlo en el desayuno, la comida, la merienda y la cena. Ir a por el pan y bajar la basura han sido los primeros trabajos de los hombres y mujeres de este país. Hay casas con cuatro personas en las que diariamente, y desde hace años, se comen tres o más barras de las de 85 céntimos.
Tenemos que alimentarnos sanamente y, en el desayuno, es recomendable una tostada con aceite de oliva virgen, tomate, queso fresco o una loncha de jamón. Así que siempre hay que dejar del día anterior al menos un cuarto de barra para poder afrontar la primera y principal comida del día.
¿Se han planteado alguna vez cómo sería la vida del huevo frito sin el eterno matrimonio con el pan, o la de la sopa de ajo, las migas del pastor, el salmorejo o la tortilla para llevar a la playa? No me puedo imaginar 50 gramos de salchichón sin algo de miga.