Esta semana bajé a la carnicería a comprar un trozo de coja, un hueso y un chorizo casero para hacer un buen caldito. Por supuesto que le añadí garbanzos, puerro, cebolla, zanahoria y pimiento verde para darle más sabor al aderezo. Siempre que pido la carne, el tendero de turno me pregunta si la voy a aprovechar después de la cocción.
Hay días que, por falta de tiempo, recurro al primer trozo que me dan y tan sólo me dedico a hacer ese caldo que suele terminar con unos fideos como primer plato durante unas cuantas jornadas.
Otras veces, sin embargo, me arremango y me tiro ‘palante’ con el valor de un novillero hambriento, cambiando el capote por el delantal, y me meto en el siempre peligroso ruedo de las croquetas, la carne con tomate, la lasaña, las empanadillas o los pimientos rellenos. Para ello, antes me llevé del mostrador un buen pedazo de carne jugosa y tierna que me recomendó el carnicero.
La última vez que me enfrente a las ‘sobras’ del caldo me dio por hacer unos pimientos rellenos, plato divertido de preparar y comer, que tenía y tiene en Santander templos como El Riojano, donde chuparse los dedos no es una falta de educación.
Pues bien. Lo primero es tener unos buenos pimientos del piquillo especiales para rellenar. Una vez colado el caldo, se desmiga la carne de vaca y el chorizo –tampoco un trozo muy grande– y se mezcla con una bechamel muy ligera y cebolla pochada. Se deja reposar y se rellenan los pimientos. Yo soy de la opinión, como mi amiga África, periodista y ahora también propietaria de una magnífica tienda de ropa, que el pimiento relleno tiene que estar siempre rebozado. Quizás tengan bula los rellenos de marisco o pescado. El resto: harina, huevo y a la sartén.
La salsa es el componente libre e imaginativo de este plato. Cada uno que se las apañe como pueda. Yo la hago con cebolla, pimiento rojo, vino blanco y pulpa de ñoras que ya viene envasada.