Las peñas carnavaleras de Santander acaban de dar su premio anual a Duarte: una ‘copa de cava’ más que merecida que no sabemos si el inspector se tomaría, porque es de los que siempre están de servicio.
Aunque casi ninguno los conocemos, tiene nombre y primer apellido, pero no vayan por ahí preguntándolos. Para la mayoría de los santanderinos, ese policía que te topas por todas partes, siempre de uniforme y visera calada, es simplemente ‘Duarte’. Ni siquiera tenemos claro si es inspector, jefe, comisario o si tiene más mando en plaza que un mariscal, pero lo que sabemos a ciencia cierta es que allí donde podría surgir un problema aparece con su perilla plateada e impecable como si le fueran a pasar revista en cualquier momento. Y aquí paz y después gloria.
Cuando yo era un crío, mi barrio se llenó de carteles que decían «Yo quiero a la policía», con un agente dando la mano a un par de niños, todos esquematizados en plan clicks de Playmobil. Qué quieren, los ochenta eran así… Pero eran también una época en la que la policía quiso ganar la calle de manera muy diferente a como venían haciéndolo en décadas anteriores –cuando la calle era de un ministro llamado Fraga, o eso decía él–, y dejar atrás esa imagen ‘gris’ que tan poco pegaba con el espíritu de modernidad y alegría de vivir que nos invadió a los españoles entonces. Y cuatro décadas más tarde, la labor de todo el cuerpo ha acabado por conseguirlo.
En el caso de Duarte, siempre será su secreto si es que tiene un sexto sentido para intuir dónde se producirá un conflicto, o si es más bien cosa de saber informarse; ya se sabe, aquello de «la policía no es tonta» se está quedando corto para definir los nuevos sistemas de inteligencia que utilizan las autoridades. Pero más allá de esa capacidad de estar en el momento justo en el lugar exacto, lo que es un verdadero don es ese arte casi mágico de solucionar los problemas con mucha mano izquierda, que como todo el mundo sabe es la mano en la que no se lleva la porra.
Y es que las armas de Duarte son la inteligencia, la empatía y el carisma. Las que utiliza en manifestaciones políticas, protestas ciudadanas o cuando el asunto se pone feo en los Campos de Sport. Que nunca llegara la sangre al río se debe en gran medida a su astucia, a su talento para saber cuándo actuar y cuándo dejar que todo siga su cauce.
En fin, que no es de extrañar que a Duarte le entreguen un galardón; lo raro es que no le premien más, porque a quien lo merece hay que reconocérselo. Y nuestro hombre es de esos. De los que hacen bien las cosas, incluso cuando no hacen nada. O eso parece.