Todo el embrollo del Brexit, además de servir para descubrirnos que es más difícil salir de la Unión Europea que apostatar de la Iglesia, lo que ha venido es a refrendar aquel convencimiento marxista –de Groucho, en concreto– de que no vale la pena pertenecer a un club que te admita como socio. Claro que el humor del genial bigotón ha calado tanto en nuestra cultura que hasta Tony Blair acaba de saltar a la palestra para contar a los británicos, mutatis mutandis, que si no les gustan esos finales, que a tiempo están de buscar otros. Vamos, que a lo mejor al final en vez de una despedida a la francesa, acabamos con un Brexit interruptus.
Lo que propone Blair es un nuevo referéndum, e intentar convencer al personal de que en Bruselas les esperan con los brazos abiertos y el ánimo conciliador. El hijo pródigo, versión 2.0. Que dónde vas a estar mejor que con nosotros, y no por ahí delinquiendo, que dirían Faemino y Cansado.
Lo que pasa es que eso del perdón es una virtud pasada de moda; a ver quién olvida toda la bilis que depositaron los vecinos en las urnas, después de airearlas durante semanas. Eurofobia pura; algo muy difícil de comprender por estas latitudes, donde tanto nos gustan las banderitas de estrellas y el sueño de una Europa unida, sea la de Napoleón o la de los mercaderes. Pero en la pérfida Albion todavía siguen refiriéndose a nosotros con un despectivo ‘el continente’; mucha flema y mucho humor inglés, sí, pero marcando bien las distancias.
A los británicos, no obstante, les sigue molando aquello de que «hay que venir al sur», y eso que allí no triunfó la Carrá. Pero como allí no les dejan hacer balconing ni les venden queroseno embotellado por cuatro duros, lo mejor que se les ha ocurrido a los negociadores de la Unión es cobrarles un tasa por viajar a la tierra prometida. Siete eurazos que sabe Dios a dónde irán, pero que probablemente están preocupando seriamente a toda la población inglesa, que lo mismo este año se mosquea y no viene a Mallorca por ahorrarse el ‘tasazo’.
Lo verdaderamente importante, sin embargo, parece quedar en un segundo plano: ¿qué va a ocurrir con los miles y miles de españoles que han tenido que emigrar al Reino Unido? Sí, sí, esos mismos que no se iban por la crisis, sino por su «espíritu aventurero», según una secretaria de estado de cuyo nombre mejor no acordarnos.
En cualquier caso, ojalá cuajara la propuesta de Blair; por mucho que duela el rechazo, cuánto mejor no sería que todo quedara en un conato de abandono, una canita al aire. No es que sea lo más romántico del mundo, pero hay casos en que una marcha atrás podría ser el mejor ‘happy end’.