Después de todo lo que nos habíamos divertido atizando a Màxim Huerta, tras su salida precipitada del ministerio más bien inspira cierta penuca. Qué vamos a hacerle, si los españoles somos así: elevamos y derribamos ídolos con idéntica facilidad, pero los que de verdad nos despiertan simpatía son los perdedores.
Creo que Carl Sagan lo explicaba mucho mejor: si en una noche de insomnio uno se entretuviera viendo por televisión un partido de algún deporte que desconozca, pongamos por ejemplo, un partido de cricket entre Pakistán y Sri Lanka, al cabo de unos minutos es altamente probable que el espectador neutral comience a apoyar al equipo que vaya perdiendo. Aunque esta semana escapa de las teorías de Sagan: nadie habla de la tragedia de Lopetegui, que ya no ganará el mundial, sino de su villanía, y por Urdangarín nadie se lamenta, precisamente… Ni siquiera ha habido piedad con De Gea y sus manos de mantequilla. ¿Se habrá pasado de moda la conmiseración?
Porque ni siquiera el caso de Huerta ha provocado corrientes de simpatía, y eso que cualquiera podríamos identificarnos con él: ¿cómo rechazar un ministerio sólo por haber jugado a la contabilidad creativa con la declaración de la renta? No era para tanto, ni mucho menos.
A fin de cuentas, si su deuda estaba ya saldada, ¿no debería quedar rehabilitado como ciudadano? Otra cosa es lo que opinemos de sus novelas, de sus tuits o del sombrero que lucía en Roland Garrós. Incluso, de sus comentarios mordaces en el programa de Ana Rosa. Pero si la caza del ministro fuera deporte olímpico, estaríamos hablando de un récord mundial, y quien sabe si el mejor de todos los tiempos. Medalla de papel para la famosa ‘jauría’.
Eso sí, a Màxim el Breve le ha ido tan mal por no seguir esa costumbre tan ibérica de no meterse en política. ¿Qué habría pasado por su cabeza cuando aceptó el cargo? ¿Qué nadie repararía en su ‘affaire’ fiscal? ¿Qué se lo perdonarían? Cierto que a nadie le encanta pagar impuestos, pero al que los tiene que pagar le molesta todavía más ver que el de al lado se escaquea.
Pero su verdadero error ha sido saltar al ruedo político. La política, nos guste o no, mancha. A él, por el momento, ya le ha costado su futuro como gobernante, y buena parte de su imagen pública. Veremos si no le pasa factura también como escritor, porque desde luego, como periodista, ya no va a poder jugar a la imparcialidad nunca. más.
¡Ay, Màxim! Si no sabes torear… O, como cantaban los Triana Pura, ¿qué le estará pasando al ‘probe’ Màxim, que hace mucho tiempo que no sale? Y es que apenas veinticuatro horas después de su canto del cisne, no quedaba ni rastro del ministro fugaz: ya no era trending topic, y nadie se acordaba de él ni para sacarle chistes.