Este diciembre que se nos acaba es, desde siempre, el mes de los géneros, a cada cual más literario; es decir, con esa literatura que tiene la vida, la auténtica. Para contables y periodistas, por ejemplo, es época de balances, ese recuento de lo bueno y de lo malo con el que decidimos qué tal nos ha ido el año. También es momento propicio para los cuentos de la lechera –esos que caducan el día veintidós–, e imaginarnos qué hacer con los millones que nos cantarán los niños de San Ildefonso.
Otro género absolutamente literario es el de los reencuentos: el de los viejos amigos, los compañeros del colegio, la visita familiar… En una escala que abarca del vodevil al drama, todos sabemos que una cena de nochebuena puede comenzar como una comedia ligera pero nunca sabes si acabará como el camarote de los Marx o como una tragedia griega.
Y hasta la nochevieja, abundan los propósitos de año nuevo, esos ensoñamientos en los que nos imaginamos en la primavera siguiente pero mucho más delgados, más sanos, más ricos y más felices.
Otro género clásico de estas fechas es el epistolar, aunque últimamente se está americanizando por partida doble. Por un lado, a las felicitaciones navideñas que antes atestaban los buzones ahora las llamamos ‘christmas’ y las usamos para saturar el whatsapp. Por el otro, la famosa carta a los Reyes Magos ya no se dirige a Oriente, sino a Laponia. Estaba cantado que el señor Noel acabaría ganando la partida a Melchor, Gaspar y Baltasar, por una simple cuestión cronológica: mejor recibir los regalos al principio que al final de las vacaciones. Pura teoría de juegos.
Pero el género más auténtico del fin de año se ha echado por completo a perder. Me refiero a las inocentadas, que más allá de las bromas caseras, hasta hace pocos años eran un clásico periodístico. No había periódico, radio o telediario sin su noticia falsa, más o menos creíble.
Claro que un género tan popular se resiste a desaparecer por las buenas, y ha encontrado su hábitat natural en las redes sociales. La Guardia Civil, por ejemplo, se ha permitido una humorada por twitter, anunciando que una patrulla de tráfico había multado «a la chica de la curva por no llevar chaleco reflectante». Sin embargo, en el mundo digital cuesta tanto distinguir los bulos de la realidad, que más que un Día de los Inocentes haría falta un Día de los Sinceros, en el que sólo circulase información veraz.
En cualquier caso, esa falta de humor en la prensa queda más que compensada con en los otros trescientos sesenta y cuatro días. Sin necesidad de recurrir a ‘El Mundo Today’, ¿cuánto no hemos podido reírnos con las noticias de este año? De la fuga de Puigdemont al cachondeo de Tabernia. O, sin ir más lejos, cualquier intervención de Donald Trump nos ha brindado tanta diversión como la mejor inocentada. Y sin necesidad de inventar nada.