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Javier Menéndez Llamazares

Llamazares en su tinta

Barbas vs bigotes

floidMenos mal que ha acabado noviembre, porque lo del movember tendrá toda la gracia que se quiera, pero donde esté una buena barba… Y es que lo del bigote nunca ha acabado de convencerme. Será por aquellos periódicos que llenaban la casa de mi infancia, donde Jaime Campmany escribía maravillosos y campanudos artículos con los que nunca podías estar de acuerdo, o por las películas de la transición, en las que Saza bordaba el papel de señor formal. Fuera el bigotito de Franco o el bigotón de Peppone en ‘Don Camilo’, lo cierto es que los mostachos, ni de izquierdas, ni de derechas: jamás me gustaron. Ni siquiera ese tan macarra de Willy DeVille, apenas una línea, ni un centímetro siquiera. Y mucho menos el que se dejó mi padre a finales de los setenta, una herradura a lo Pancho Villa, más llamativa que revolucionaria. Pase, como mucho, el de Groucho, que precisamente por ser pintado me ha servido de disfraz recurrente en casi todos los carnavales.

Pero claro, si hasta Íñigo se quitó el bigote en los ochenta tuvo que ser porque el asunto cayó en desuso por completo. Hasta Carlos Herrera se lo afeitó, aunque posteriormente recayera. De hecho, si Aznar se lo apuraba tanto debía ser porque lo de lucir mostacho ya no molaba nada. Cosa de otros tiempos.

Justo por entonces también se dejaron de ver barbas por la calle. Como si los ochenta fueran los años del aftershave, el vello facial pasó a estar muy mal visto en La Movida. Tino Casal o Yosi de Los Suaves eran raras excepciones. Como mucho, la barba de tres días de Sonny Crocket o de Miguel Bosé.

Aunque barbas y bigotes, por muy parientes cercanos que sean, andan mal avenidos. El bigote puede interpretarse como una muestra de lo que hay –ya se sabe: «donde hay pelo…»–, pero para que luzca requiere de un afeitado impecable en el resto de la cara. Los bigotudos tienen que ser, pues, metódicos, ordenados, pulcros. Y no necesariamente de derechas; el que piense que sólo hay autoritarismo entre los conservadores es que no ha conocido a rojos de verdad.

La barba, en cambio, es otro cantar. Porque tira más hacia la anarquía, quieras o no. Una barba crece cuando y como le da la gana, y poco puedes hacer en contra. Y cada uno tiene un motivo para dejársela, desde los estéticos hasta los éticos. Y hasta caloríficos, como el poeta Carlos Alcorta, que se la deja sólo en invierno. Aunque también hay quien se hace rastas y quien se afeita la cabeza pero luego se deja barba.

Eso sí, los hipsters se están pasando ya con la tontería, tanta barberías y tantos aceites. Desde siempre, los que nos hemos dejado barba ha sido, sobre todo, para no tener que afeitarnos. Así de simple, pura economía. O pereza, vamos.

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Blog del escritor Javier Menéndez Llamazares en El Diario Montañés

Sobre el autor

Desde 2009 escribo en El Diario Montañés sobre literatura, música, cultura digital, el Racing y lo que me dejen... Además, he publicado novelas, libros de cuentos y artículos y un poemario, aparte de cientos de páginas en prensa y revistas. También me ocupé de Flic!, la Feria del Libro Independiente en Cantabria. www.jmll.es

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