Cuando la insistencia se convierte en reiteración y esta en un cansino trayecto de ida y vuelta, la imaginación es tan solo un enunciado. Que a estas alturas una película de terror se preocupe más de convertirse en saga que de alimentar su energía sensorial y emocional solo revela su mediocre apuesta. El cineasta de ‘47 Meters Down’, Johannes Roberts, el filme indie más taquillero del pasado año, –una especie de consentida caricatura de serie B– se encarga ahora de una secuela que arranca con promesas luego nunca cumplidas. En esta segunda parte de ‘Los extraños’, enmarcada en una ‘Cacería nocturna’, uno de los dos guionistas, es un decir, es Bryan Bertino, realizador precisamente de la primera entrega hace casi una década, aunque nadie le había echado de menos. Con cierto aire nostálgico de las películas de los ochenta, con sus correspondientes asesinos en serie en la maleta, el filme ahora estrenado se limita a rescatar la idea original de los psicópatas enmascarados –una variante del payaso asesino– con matices más lúdicos e irónicos pero sin talento para extraer un jugo especial al sadismo de fondo. Ha desaparecido progresivamente esa atmósfera claustrofóbica, el sinsentido y el absurdo de los personajes. Un nihilismo que transmitía más vértigo que cualquier demostración de violencia. Pero ahora la cosa es menos sutil y más juguetona. Hay excepciones que parecen fruto de la casualidad como esa escena que discurre en una piscina a ritmo de Bonnie Tyler. Su monotonía funcional, sin embargo, se deba a ese solapado intercambio de sustos como si el miedo –quizás la sensación más profundamente humana– se limitara a ser una respuesta mecanizada producto de un sobresalto. Una lástima dado que el prólogo, bien dotado de ritmo y suspense, auguraba pisar senderos insondables entre elipsis y estados de terror primario. Pero al cineasta de ‘El otro lado de la puerta’ y ‘Storage 24’ solo le interesa crear un terreno asustadizo, sonoro, muy sonoro, que identifica ruido, susto y banda sonora. Al estilo de ‘Perros de paja’ pero exenta de cualquier rasgo psicológico, el filme deriva hacia ese duelo de la violencia por la violencia donde el grito se convierte en la expresión más recurrente, aderezada por supuesto con algún ingrediente gore de sangre y vísceras, más que visceral.