Ser santanderino y cántabro es, de entrada, un orgullo. Yo presumo. También un aprendizaje. Porque en esta tierra, ya con años, uno aprende a sentir temor a determinadas frases. Esa de ‘esto no es para Santander’ ya me dio para juntar letras hace unos meses. Me tiemblan las canillas cuando la escucho igual que cuando oígo a una ‘niña bien’ decir que ella no se echaría un novio albañil. O cuando le reprochan a una chavala maravillosa que se mezcle y sea feliz con uno de esos ‘santanderinos de toda la vida’ (juzgado así por motivos más que superficiales). Paso de lo uno y de lo otro.
Pero últimamente tiemblo con el ‘todos juntos’, con los consensos y las intenciones que van de la mano. En aquel diccionario de ‘cántabru’ que tanto dio que hablar deberían traducirlo. Porque el ‘todos juntos’ en la tierruca es ‘todos juntos, pero como yo diga’. Y, si no, nada. Sobran ejemplos. En el caso Racing, en nuestro Parlamento y, en general, cada vez que cuatro tíos intentan ponerse de acuerdo en algo en este precioso trozo de mundo. Aquí lo de trabajar en equipo sólo se aplica al deporte. Porque, más allá, cuesta. ‘A ver si a éste le van a dar más que a mí…’ (piensa algún marido al salir de la reunión), ‘A ver si fulano va a sacar más que tú…’ (le dice alguna mujer al mismo marido cuando llega a a casa).
Ya antes de desbancar a los desvergonzados que secuestraron el Racing se palpó en ocasiones ese conmigo o contra mí que, particularmente, me atemorizaba en el proceso. Esa forma de medir racinguismos como los niños chicos se miden el pene. Porque había que desbancarles -y se hizo, menos mal- pero a la solución le tardaron poco en salir las banderas. Y lo mejor (o lo peor) es que yo creo que en esto todos tienen buena intención, pero somos demasiado cántabros para ponernos de acuerdo (y que nadie entienda que reparto culpas o razones, porque en esto pecamos casi todos). En eso y en tanto. A las victorias, aquí, les salen mil padres. Y a las derrotas, mil primos a los que cargarles el muerto. Porque la vía rápida para tener razón es desacreditar al que propone otra cosa.
Me tocó sesión parlamentaria hace poco en la calle Alta. Más allá de sentir cierta vergüenza ajena porque en un Pleno se hace poco caso al que habla, pude asistir a un consenso político (que es como asistir al paso de un cometa). Sin entrar en detalles, todos contra el fracking. De eso iba. Bien. Pero la intervención de cada portavoz fue como vaciar el cargador de un Kaláshnikov en los movimientos del resto. En algo en lo que estaban conforme todos. Será el juego político… Prefiero la brisca.