Santander tiene un punto rancio. Es como su noveno mandamiento, como la ‘S’ que llevaban los coches en la matrícula o como la postal que compran los turistas con la foto aérea del Palacio de La Magdalena. Identidad. Un tatuaje en el culete de una ciudad en la que vestir bien está por encima de pasar hambre en la escala de valores. Tiene hasta su encanto si uno no llega a empaparse. Un estilo calmado, como lento… Me decía un amigo que siempre le atrajo ese concepto del ‘aquí nunca pasa nada’ pero eso se confunde a menudo con el ‘mejor que no pase’. Y por ahí ya no. Porque entre el ‘como esto no lo hay’ y el ‘esto no es para Santander’ el coche no acelera y se estanca.
Somos muy de ‘que bonito’, pero ‘lo mío que no lo toquen’. Muy del ‘habría que hacer’ (así, de esta manera) pero que ‘lo haga otro’. Asistir a una inauguración, comer canapés, beber de gorra, soltar un ‘que buena idea’ y no volver. Muy de exigir nuevas ideas pero no apoyar las que surgen. De exigir en general, pero sin poner contrapeso. Y esto no va de políticas y de políticos -que hay que mirarles y hasta protestarles, pero sin esperar sentado a que vengan a cambiarnos el mundo (que ya vamos teniendo claro que no…)-.
Va de apoyar a dos jóvenes que han dado la vuelta a una antigua nave portuaria y la han convertido en un nuevo espacio cultural que parece trasladarte a un Berlín de colección o a un Nueva York de baile de Flashdance (La nave que late). Va de dejar pagados cafés pendientes para que otros que andan pasándolo mal puedan tomarlo sin pagar en ‘Le petit Plaisir’ (ya van por más de 425). Va de asistir a una charla en ese espacio de ideas alternativas que es ‘La Vorágine’. De mirar la agenda de conciertos y pasarse (porque no es verdad que nunca hay nada), de animar a los que organizan cosas en vez de protestar porque cortan el tráfico diez minutos, de apoyar al vecino que monta una idea en vez de morirse de envidia y putearle todo lo posible, de innovar en la hostelería como hacen los bares de Tetuán… Va de emprendedores, pero no de los que usan cuatro palabras en inglés para camuflar humo. Del emprendedor de barrio, del que organiza la fiesta, del que monta el bar o de mi amigo Pedro, que se quedó en paro de lo suyo y está aprendiendo a ser pastelero… De comprarles la libreta a los de Manipulados Solidarios, de ver espectáculos en la calle, de hacernos turistas en nuestra ciudad, de ver vida en el centro los domingos y hasta de pagar la entrada por entrar a un museo nuestro (las cobran en todo el mundo, pero si lo hacen aquí nos parece un robo).
Ya está bien ‘del mira el tonto ese’ y del ‘algo habrá detrás’. Del no por sistema, de la pega y del ‘sí, solo si es de gorra’. Y de muchas más cosas, porque esto es solo una lista de ejemplos y de culpas que yo también entono. Porque alguna vez dije lo de ‘esto no es para Santander’. Esta música, esta idea, este edificio… Pero cada día me suena peor.