Bajo el aparcamiento de la playa de El Camello está parte de la historia de Santander. Lo cuenta el historiador y escritor José Luis Casado Soto en su libro ‘1941. El incendio de Santander’. Esa explanada se rellenó con las ruinas del desescombro de la ciudad tras el desastre del 15 febrero de 1941, sábado para más señas, cuando las llamas destruyeron todo el gran patrimonio arquitectónico de la capital cántabra. Así que, si alguna vez se hace una excavación, seguramente aparecerán restos dignos de pasar a un museo del incendio. Nos merecemos ese espacio para el recuerdo o, al menos, un libro con los importantes fondos fotográficos del Ayuntamiento de Santander. Es un reto que lanzo al alcalde capitalino, Íñigo de la Serna. Las grandes fotografías del incendio las tomó Samot. Su tienda, de la calle de San Francisco, quedó arrasada pero, antes, sus dueños pudieron coger una cámara y lanzarse a la calle. A finales de los años 20 del siglo pasado, los hermanos Alejandro y Tomás Quintana, periodista y fotógrafo respectivamente, se unieron para fundar un negocio de fotografía en pleno centro de Santander. Lo bautizaron como Samot -las mismas letras del nombre Tomás en sentido inverso- e iniciaron una trayectoria de 80 años que ya ha conocido a tres generaciones.
En su libro ‘Historia de los bomberos municipales de Santander’, el investigador e historiador Modesto González Añíbarro da el nombre del único fallecido en el incendio, el bombero del parque de Madrid Julián Sánchez García, de 38 años. Murió el día 28 de febrero, a resultas de las heridas sufridas días antes, cuando desescombraba una de las casas quemada en Atarazanas «que fueron trampas mortales». El bombero estaba casado con Gregoria Escribano Plaza y dejó dos hijos, Julián y Gregoria. Cuenta este historiador que en la extinción del fuego trabajaron 211 bomberos, de los parques municipal y voluntario y añade que, «con claridad meridiana, su actuación fue heroica». Sucedieron tantas cosas en aquella tragedia que los protagonistas cuentan y no acaban. La historiadora Carmen González Echegaray tenía 16 años. Rememora que su padre Joaquín González Doménech perdió su negocio de ultramarinos y su oficina consular de Argentina, que tenía en la calle Méndez Núñez. Y desvela que el gran escudo del palacio de Villa Torre, junto a la Iglesia de La Anunciación, conocida como La Compañía, acabó en Bilbao. Muchos santanderinos tienen recuerdos físicos del incendio, como Carmen Terán Rodríguez, esposa del fotógrafo Álvaro Zubieta: conserva la manta marrón chocolate que le dieron a su padre, Ramón, «como único socorro. Ardió el piso en la cuesta de La Atalaya. Sólo salvamos, gracias a la rapidez de mi madre, Avelina, todas las fotos familiares. Se nos quemaron hasta los periquitos».
El citado González Añíbarro es también autor de la ‘Historia del Real Cuerpo de Bomberos Voluntarios de Santander’, fundado en 1893, y cuyo jefe de honor fue el Rey Alfonso XIII. Durante años presidió este cuerpo el empresario José Luis Arruti, de gratísimo recuerdo, fallecido el año pasado.
El fuego se llevó por delante 508 comercios, algunos de los cuales aún siguen en activo, las joyerías Salamanca y Presmanes, la perfumería Güezmes, la floristería Rebolledo, los almacenes Pérez del Molino, las farmacias Zamanillo y Erasun… y, como no, nuestro EL DIARIO MONTAÑÉS.
Para saber más del incendio es interesante el libro ‘Gavias de través’ obra del santanderino Baldomero Madrazo Feliú, en el que novela aquel trágico suceso de su infancia. Hay muchas cosas aún por contar del incendio. Vuelvo a José Luis Casado Soto, que relata en su citado volumen, incluyendo documento gráfico, el festival que se celebró en el Teatro Calderón de Madrid el 25 de febrero de 1941, diez días después del gran fuego. En el festival actuaron Conchita Piquer y Celia Gámez y se rifó una escultura de Mariano Benlliure; se leyó la ‘Ofrenda a Santander’, de doña Concha Espina de la Serna y vendieron chocolatinas para recaudar fondos entre el estimado público nada menos que Tina Gascó, Aurorita Redondo, Isabelita Garcés, Estrellita Castro, Mari Carrillo y Maruchi Fresno. Y me cuenta Juanjo Seoane, el productor de teatro, que los alemanes hicieron un documental sobre Santander destruida. Seoane tenía en febrero de 1941 menos de dos años y recuerda que su abuela materna, Pilar Ceballos, le contaba «que me llevaba envuelto en una toquilla y casi nos arrastraba el fuerte viento, aquel terrible Sur que aún hoy temen los santanderinos de avanzada edad».