Si, como reza la canción, el vídeo acabó con la estrella de la radio, lo que como el viento se llevó el whatsapp fueron las felicitaciones navideñas, esas que en el siglo pasado colapsaban los servicios de correos y las centralitas telefónicas cada vez que llegaban ‘estas fechas tan entrañables’, que decía aquel.
Lo de las tarjetas –los ‘crismas’, como los llamaban los esnobs de la tele– no dejaba de tener su encanto; lo normal era tirarte una tarde entera, entre hacer la lista, escoger la felicitación, garabatear el mensaje de paz y amor y culminar el rito con el ensalivado del sobre, que era la parte más amarga del asunto, sobre todo por el regusto que te dejaba en la lengua.
Cada uno tendría las suyas, claro, pero en mi casa siempre enviábamos las postales de Artis Muti, la ‘Asociación de Los Artistas Que Pintan Con la Boca y Los Pies’, que aunque suene un poco macabro, en realidad eran unas miniaturas fabulosas de las obras que salían en los manuales de arte de la EGB, y de paso servían como labor social en una época en la que todavía no se habían inventado las oenegés.
Pero la gracia, sobre todo, estaba en abrir el buzón y descubrir cuántos amigos y familiares se habían acordado de ti, y habían tenido la paciencia de dedicarte un poco de su tiempo.
Claro que, igual que antes de nevar chispea, el teléfono había ido mermando bastante el tráfico navideño de parabienes. Incluso en una época de restricciones, cuando a telefonear al tío de Alemania se le decía ‘poner una conferencia’, las llamadas de nochebuena o año nuevo eran sagradas. Igual que, detrás de las uvas, nos tragábamos el primer anuncio –generalmente, de Coca Cola–, a todos nos encantaba hacer la primera llamada del año, que iba dirigida a un buen amigo, al primo favorito o, los más afortunados, al novio o la novia. Eso sí, después de esperar un ratillo, porque las líneas enseguida se saturaban.
Pero todo se transforma, sin remedio, y ahora que vivimos entre redes, nubes y realidades aumentadas, acabamos haciendo lo mismo de antes, pero con muchos más botones y lucecitas de colores. Porque estos días no dejan de pitar los móviles, que parece que haya atascos masivos en la autopista de la información. Guapetonas con gorro de papá Noel y en bikini, videomontajes con tus parientes disfrazados de elfos o las consabidas rimas sobre por dónde nos las van a dar todas en este año que acaba en cinco, pasan estos días de pantalla en pantalla, con los inevitables villancicos como soniquete de fondo. Todo tan vistoso y tan moderno; tan fácil y accesible con apenas un par de clics, que a veces no sabe uno si el futuro realmente merecía la pena.
[Publicado en EL DIARIO MONTAÑÉS el 28 de diciembre de 2014]