El gran invento de este otoño, al menos en lo que a animar el cotarro en los comercios se refiere, ha sido ese ‘black friday’ que nadie ha dado en llamar ‘viernes negro’. Ni siquiera ha habido protestas por el préstamo de la lengua inglesa, que canta lo suyo.
Claro que tiene su lógica: si de lo que se trata es de llenar las tiendas de compradores ávidos de gastar, mejor recurrir a un término que en castellano dice más bien poco, que no quedarnos con ese ‘viernes negro’ que más bien evoca asuntillos criminales y jaleos variados. Nos importa poco, la verdad, pero lo del black viene de que ese día de rebajas anticipadas sirve para poner en negro los números rojos de muchos negocios que ese día hacen su agosto aunque esté acabando ya noviembre.
Y en nuestro país, tan dados como somos a adoptar cualquier costumbre bárbara, siempre que tenga su gracia –vean, si no, qué rápido hemos cambiado el Día de Difuntos por la noche de Halloween, o los años que llevan nuestros campos de fútbol llenos de hooligans, mucho antes de aprendiésemos la palabra–, una idea como el viernes de marras tenía que acabar triunfando, más temprano que tarde. Y así fue, un completo éxito, que acabó por llenar la tiendas de compradores a los que les importan más sus propios créditos que los préstamos lingüísticos.
Aunque, en el fondo, sucede como con la música pop: lo mismo nos da lo que diga la letra, mientras nos guste el soniquete. El ‘guachiguá’ que cantaban los ‘No me pises que llevo chanclas’, en su genial inglés inventado, en el fondo nos encanta, porque nos permite cantar cualquier cosa sin preocuparnos de aprender idiomas. Tengamos en cuenta, claro, que estamos en el país del footing, una palabreja incomprensible en el resto del mundo, que se empeñan en llamar ‘jogging’ a la manía esa de correr sin que nadie te persiga.
En cualquier caso, hay cosas que tal vez sea mejor no traducir, porque en el idioma propio acaban perdiendo ‘glamour’ y ya no son tan ‘chic’. Desde luego que mola mucho más una party que un guateque, y un hipster no puede ni compararse a un triste gafapasta; nos vuelven locos los cáterings y soñamos con los trendtopic, y vamos de indies locos por el vintage. Y eso, manejando lo justito esa lengua de la Gran Bretaña que, en realidad, supuso la pesadilla escolar de las generaciones que cursamos el BUP.
En definitiva, no está claro qué sería de nosotros sin esas palabras robadas al inglés… Los puristas podrán decir lo que quieran, pero sin anglicismos, ¿cómo íbamos a llamar al Racing?
[Publicado en El Diario Montañés el 30 de noviembre de 2014]