Un domingo sin Racing no es domingo, así que el largo verano es una penitencia para el sufringuista que, paradójicamente, sufre más cuando no puede sufrir. O, más exactamente, sufre de otra manera: por los fichajes, o porque no llegan, por la cantera, por la directiva, por qué grupo de segunda B nos toca, por si nos zurrarán en el playoff… En fin, cada uno sufre con lo que más le gusta, qué diantres.

Menos mal que la fiebre verdiblanca tira más bien a bipolar, y lo mismo que nos gusta criticar hasta al utillero, nos ilusionamos a la mínima. Vamos, que han bastado dos regates de Lombardo –que parece que se va a hinchar a tirar bicicletas–, cuatro partidazos de Sergio y la sonrisa contagiosa de Jon Ander para convencernos a todos de que esta temporada vamos a sufrir más bien poco; al menos, dentro de los Campos.

De hecho, tras la remontada al Castilla, más de un reticente se ha sacado el abono, con los ojos brillantes de esperanza después de años de exilio. Fabuloso, porque la verdad es que hace mucho frío en los inviernos de la segunda B, mucho más que en las ligas profesionales. Y es una lástima de que los veinte mil racinguistas que no se pierden una fase de ascenso, a ver un Racing-Leioa sólo se animen cuatro mil. Y eso que en esos partidos con tan poco gancho es en los que realmente nos jugamos la temporada.

En cualquier caso, y a pesar de que el secretismo de Chuti Molina invitaba a desengancharse de la pretemporada, lo cierto es que el inicio de la liga pinta mejor que nunca. El que suscribe hasta la fecha se ha tragado cuatro amistosos, con satisfacción creciente. Primero, porque el nuevo míster ha probado a algunos canteranos que merecían, al menos, una oportunidad. Poner a Musy de titular fue una buena carta de presentación, aunque no hubiera estado de más que le probase como ariete; esperemos que, por lo menos, sea uno de los primeros recambios. También hay que anotar en el haber de Ania su mano izquierda: parece haber recuperado a un Quique Rivero que el año pasado no pudo brillar. Y aunque parece haber algunos problemas en defensa –las llegadas de la Cultural a línea de fondo fueron un síntoma más que preocupante–, se compensa con un ataque muy poderoso; sobre todo, cuando no está un César Díaz que no parece atravesar su mejor momento, desde hace ya dos temporadas. A Cayarga, sin embargo, sólo le hemos visto cosas buenas. Y lo poco que pudo hacer Segovia también apunta a que el míster lo tendrá difícil para repartir los puestos de delantero. Porque a ver quién sienta a un Jon Ander que parece llamado a ser el nuevo ídolo del Sardinero. Eso sí, tampoco vamos a volvernos locos, porque no hay grandes novedades tácticas y la receta es la misma de hace dos años: presión alta y salir a morder. Ojalá nos sirva también a domicilio.

Lo que ya no pinta tan bien es todo lo que no es exactamente fútbol. Porque volver a los Campos de Sport es llorar: colas interminables que hacen que muchos aficionados se pierdan quince minutos de partido, instalaciones en estado lamentable –seguimos sin un triste ascensor; daba pena ver a Gándara bajar las escaleras con las muletas, pero ¿a cuántos aficionados de edad avanzada no les vendrían bien unas escaleras mecánicas de las que ponen en el centro como si fueran gratis?– y hasta los asientos rotos siguen igual que en junio. Bueno, igual no: mucho más sucios. Como si no los pagásemos. Eso sí, qué bien se ve la publicidad en esas pantallonas, para las que sí que había dinero. Pero claro, esto ahora es otra vez una empresa privada; pronto veremos si el cliente tiene razón, o si acabamos volviendo al fútbol de los noventa. Dependerá, como siempre, de si entra o no la pelotita. Así que nos encomendaremos a Jon Ander.