Que si nunca se lo habremos oído decir de viva voz, que si mi socio lo sabía o que si la culpa fue del becario; podrán aducirse todas las excusas que se quiera, pero el hecho de que la alcaldesa, o su gabinete de comunicación, enmendara la información sobre su ‘casi diplomatura’ con tanta premura, y precisamente horas después de que estallara el caso Goikoetxea, no hace sino alimentar las sospechas de que ella, o su entorno, era muy consciente de que existía una ‘errata’ en su expediente, y que más valía hacer desaparecer cualquier resquicio, siguiendo aquel viejo refrán que previene sobre las barbas de tu vecino.
Porque, si ella no era consciente de que existiera esa ‘inexactitud’, ¿cómo se explica que alguien reparase en ella y la corrigiera? ¿Fue acaso la divina providencia?
Cierto que lo de maquillar los méritos propios, aparte de un deporte nacional, no es como para hacer dimitir a nadie; en España padecemos de ‘titulitis’, y la carrera universitaria ni siquiera es un requisito ineludible para dedicarse a la política, ni mucho menos para acceder a puestos ‘a dedo’; cierto también que tener pendientes un par de asignaturas es pecata minuta, pero el verdadero problema radica en que dejar que los demás crean una información falsa que el interesado no desmiente es una forma de impostura que no mejora en nada a la mentira explícita.
Tampoco vamos a dramatizar, porque nos pasa a todos: los que escribimos en un periódico nos aburrimos de decir que no somos periodistas, y los que trabajamos en la universidad acabamos rindiéndonos ante la idea generalizado de que somos profesores. Ya se sabe: en aviación, todos pilotos.
Lo que pasa es que a la hora de posar en un cartel electoral como que no luce nada una biotecnología o un magisterio interruptus; y al final resulta mucho más rápido y cómodo hinchar el currículum que armarse de valor y matricularse para aprobar aquella docena de créditos que dejamos colgados en nuestra juventud. En fin, cosas de la sensación de impunidad que deben de dar junto a los carnés en los partidos políticos.
Después de lo de Roldán, cuyos títulos imaginarios le llevaron a la antesala de la cartera de Interior, sorprende que aún no se haya articulado algún procedimiento para comprobar de oficio la veracidad de los méritos de que presuma cualquier candidato a un cargo público.
Lo que desde luego parece política-ficción es que Revilla salte a la palestra pontificando sobre que «es gravísimo ponerse medallas que no te corresponden», y lo haga con la misma cara con la que confesó recientemente haber suplantado a su hermano en un examen. Al parecer, es mucho peor «mentir sobre lo que uno es», que mentir sobre quién es. Ante tal demostración de clarividencia presidencial, sólo queda admitir que la política es un arte… el arte del birlibirloque.