De tapadillo, sin el más mínimo ruido, se están cargando la Feve por el sistema más cruel: dejarla morir. Será que en estos tiempos de ancho europeo la vía estrecha ya no mola, que sus usuarios aportan más bien poco en las cuentas de resultados de los contables, o tal vez que sus votos valen mucho menos que los demás. Quién sabe por qué, pero lo cierto es que su abandono resulta tan palmario como lamentable.
Hasta hace nada, la Feve era un cordón umbilical que paliaba la orfandad de una generación obligada buscar su sitio cada vez más lejos de la ciudad. La urbe crece sobre todo en precios, y expulsa a los más jóvenes, que no pueden costearse el lujo de vivir en los barrios en que crecieron.
Así, la vieja vía estrecha cobraba nueva vida, un respiro para aquellos que prefieren olvidarse del coche y de unas autovías tan saturadas como peligrosas. Tal vez no puedas costearte un piso en el Muelle, con vistas a la bahía, pero vivir en Polanco, Cabezón o Liérganes puede considerarse un auténtico privilegio, aunque tengas que trabajar o estudiar en Santander o Torrelavega. Si además desembarcas en pleno centro, a un precio razonable y viajas en un tren cómodo, moderno y puntual, poco podía pedirse a la Feve que muchos conocimos y adoramos hace apenas una década.
Sin embargo, de aquel modélico ferrocarril cada vez va quedando menos. Todo empezó con inexplicables averías que, día sí y día también, causaban retrasos y hasta cancelaciones cada vez más frecuentes. Luego vino el abandono de las estaciones y apeaderos. Se dejó de reponer lo que se deterioraba, y como mucho se improvisaba algún apaño con cinta aislante y bridas de plástico. Como si nada tuviera remedio, como si se tratara de una decadencia inevitable. Se diría incluso que la propia empresa intentase desanimar a sus clientes, mostrarse incómoda, ineficiente… Todo vale para desalentar a los viajeros.
Hasta el nombre acabaría perdiendo la Feve, absorbida por la gigantesca hermana mayor, una Renfe que sólo sabe pensar en grande, en costosos aves y estaciones impersonales y lejanas, pero que tanto lucen en los resúmenes de prensa y los programas electorales.
Como si ambos mundos fueran incompatibles, se diría que las autoridades prefieren que la vía estrecha desaparezca, incluso a costa de aumentar el tráfico infernal de carreteras y autovías. Mientras en ciudades como Santander se planea el metrobús, se mira hacia otro lado con el problema de las cercanías, de la enorme cantidad de santanderinos empadronados en un extrarradio que abarca decenas de kilómetros a la redonda. No siempre la modernidad está en la alta velocidad y las soluciones digitales; a veces es mucho más moderno conservar lo antiguo, pensar a escala humana y no renunciar a lo bueno que disfrutamos. Salvemos la Feve. El mundo es mucho mejor con ella.