Este jueves visitó Santander Ian Watson, uno de los más destacados novelistas de ciencia-ficción del último medio siglo, y cuando acabamos en el Canela entre cervezas me dio por preguntarle si, como anunciaba en los ochenta Radio Futura, «el futuro ya está aquí», o más bien el futuro ya no es lo que era. Me explicó entonces que los futurólogos no habían dado una, pero que hoy tenemos más tecnología en la palma de la mano que todo el Apollo XII cuando llegó a la luna.
El caso es que cuando uno se pone a rememorar la visión del futuro que tenía hace tres o cuatro décadas, y no se puede decir que este mundo cotidiano se parezca demasiado a lo que esperábamos. Ni ‘Mad Max’, ‘Metrópolis’ ni ‘Brazil’; el futuro guarda muy sospechas similitudes… con el pasado.
De momento, los coches no vuelan, sino que más bien se amontonan por todas partes, ocupando más espacio que los humanos, que dedicamos media vida a conseguir comprarlos y mantenerlos. Tampoco se ha desarrollado el teletransporte ni la telepatía, y tenemos que conformarnos con Ryan Air y sus vuelos a bajo coste –que tienen su gracia, pero no son lo mismo– y el Skype –que tampoco es que lo usemos demasiado, y eso que es una de las escasas predicciones que realmente existen–.
No se ha encontrado la cura del cáncer ni la vacuna del sida, aunque hay que reconocer que la medicina nos ha traído regalos maravillosos como los ansiolíticos y la viagra –si ahora no los valoras, tranquilo… tal vez seas demasiado joven–; y menos mal que los ingenieros nos trajeron los gepeeses, y así ya no andamos tan perdidos por el mundo.
En lugar de dos cadenas, y una blanco y negro, ahora tenemos infinidad de canales, aunque en realidad nunca haya nada interesante que ver, y hayamos abandonado la tele por el facebook o las series descargadas. Cargamos los discos duros de más canciones de las que podríamos escuchar en diez vidas consecutivas, y los libros en nuestras tabletas se cuentas por millares; sin embargo, pasan las décadas y seguimos leyendo libros en papel, disfrutando del olor a tinta fresca al abrir el periódico y sucumbimos al encanto decadente del vinilo y sus chasquidos, tan analógico todo…
Aunque algo sí que ha cambiado, y radicalmente. Y como apuntaba Watson, está en la palma de nuestras manos, permanentemente. La combinación de internet y telefonía móvil nos ha transformado en una especie de ‘homo smartphonicus’ que abusa del whatsapp y peca cibernéticamente, aunque en el fondo coincida con sus abuelos en que «como lo antiguo, no hay».
Al final, por mucha cacharrería que nos rodee, seguimos siendo los mismos. Ciudadanos buenos y benéficos, como en 1812 pero con el móvil en la mano. Buscando la felicidad, aunque sea en Google. Menos mal que el futuro, cuando llegue, será mejor.