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Javier Menéndez Llamazares

Llamazares en su tinta

El huracán Leiva

Que el público de Santander era frío vino a desmentirlo el viernes Leiva, que dejó pasar unos minutos hasta que el último de los mil cien espectadores estuviera ya en su sitio. Entonces, bastó con que sonaran los primeros acordes de ‘El último incendio’ para que se desatara el delirio, entre una concurrencia que se sabía de memoria hasta la última letra de cada canción. Y aún subirá más temperatura cuando se acerque al público con un contoneo stoniano, al ritmo del riff de un clásico de Pereza, “Animales”, mientras la sección de metales baila a lo Blues Brothers.

Leiva da de sobra el perfil de una ‘rock and roll star’ –no hay más que ver la devoción de sus fieles – pero no ha perdido la conexión con la vida real; que haga un alto en el concierto para agradecer al público «el esfuerzo que conlleva pagar una entrada». Veinticinco euros muy bien invertidos, en una descarga de casi dos horas de electricidad y adrenalina, plena de saber hacer y de profesionalidad.

Escoltado por la ‘Leiband’ –siete músicos que han dado la vuelta ya al cuentakilómetros, en especial ‘El Niño’, mítico batería de Fito o Calamaro, aunque el guitarrista César Pop tampoco le ande a la zaga–, consiguió sacar a la enorme sala de Escenario Santander su mejor sonido, y quizás hasta poner en evidencia a sus productores de estudio, porque en directo consigue que todo suene mejor, más enérgico, más sugerente… Puro rock, ahogado por las mil gargantas que no se cansan de corear un himno tras otro, de sus tres discos más algún rescate de Pereza.

Aunque no se prodiga demasiado, dedicó unas palabras a la memoria de Leonard Cohen –su voz ya de otro mundo ha sonado en la previa–, a la decepción por la victoria de Donald Trump y hasta brinda levantando su copa. Para presentar ‘Windsor’ admitió las dificultades para preparar un repertorio cuando tienes diez discos en cartera. «Esta canción es mi Sergi Busquets», así que no podía dejarla fuera». Un guiño futbolero de quien tomara su apodo de Leivinha, ariete atlético en los setenta. Y es que José Miguel Conejo –su nombre real– sigue apegado a sus raíces, a ese barrio de Alameda de Osuna que le regaló el acento cheli y esa chulería con que derrite a sus incondicionales –en un variado abanico desde la adolescencia a la cincuentena–, que estallan cuando ensaya un par de pasos de baile antes de cantar «súbete la falda».

Las Llamas era una fiesta, y sobre el escenario lo mismo sampleaban el ‘I’m a loser’ de Beck que el ‘Hey Jude’ o la ‘Estrella Polar’; los músicos bailaban y contagiaban tan buen rollo que tras veinte canciones se hacía breve. Himnos para los bises: ‘Terriblemente cruel’ y ‘Lady Madrid’. Pero antes, una petición insólita: «batir el record del mundo, con mil personas disfrutando en directo de una canción, con el teléfono en el culo; o en el bolsillo, vamos». Al público se lo metió en el bolsillo, pero con los móviles no pudo: todos querían inmortalizar el momento. El paso del huracán Leiva por Santander.

Blog del escritor Javier Menéndez Llamazares en El Diario Montañés

Sobre el autor

Desde 2009 escribo en El Diario Montañés sobre literatura, música, cultura digital, el Racing y lo que me dejen... Además, he publicado novelas, libros de cuentos y artículos y un poemario, aparte de cientos de páginas en prensa y revistas. También me ocupé de Flic!, la Feria del Libro Independiente en Cantabria. www.jmll.es

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