Esta semana nos ha dejado Lauren Bacall. O, más bien, ha fallecido Betty Joan Weinstein Perske, porque Lauren Bacall jamás podría morir: ella vive entre celuloide desde que tenía veinte años, suspendida en un tiempo que nunca transcurre. Aún más: ella habita ese territorio ansiado por cualquier artista, que no es otro que el imaginario colectivo, un lugar repartido en la memoria de todos los que han disfrutado de su magia irresistible.
Poco importa el más de medio siglo transcurrido desde que, bajo el nombre de Vivian, tonteaba con Philip Marlowe, que llegaba a ofrecerle unos azotes. Aún menos importan los estragos del tiempo, en una vida que no tuvo que resultar sencilla. Lauren Bacall será por siempre la mujer fatal por excelencia, y bastará con que se produzca de nuevo el pequeño milagro de las reposiciones para que los nuevos cinéfilos caigan en sus redes y de paso reavivar la llama en su legión de adoradores.
Su llegada al estrellato, en los años cuarenta, no resultó tan fácil como podría augurar su presencia espectacular. Construirse a sí misma: ése fue el secreto de la Bacall, a cuya mirada felina sólo le faltaba acompañarse de una voz con el mismo poder de seducción. Cuenta la leyenda –o el marketing de Hollywood, que es la verdadera fábrica de leyendas contemporáneas– que Howard Hawks estuvo a punto de contratarla, casi adolescente, para una de sus películas, pero su timbre excesivamente agudo arruinó esa primera oportunidad. Bacall, lejos de arredrarse, se empeñó en modularlo, con tanta fortuna que en apenas dos años no sólo logró seducir definitivamente a Hawks, con quien debutaría en ‘Tener y no tener’, sino que se ganaría para siempre el sobrenombre de ‘La voz’, gracias a un tono exageradamente grave que combinaría a la perfección con el de su compañero de reparto y futuro marido, Humphrey Bogart. En España, sin embargo, no pudimos disfrutar de ese placer oscuro: la perfección del doblaje convierte en un portento hasta al intérprete menos talentoso, pero como contrapartida nos priva de algunas maravillas sólo accesibles mediante cronista interpuesto.
A falta de héroes modernos, el cine fabrica nuestra mitología. En blanco y negro o tecnicolor, resulta imposible escapar al influjo de estos seres de luz y nitrato de plata, que acaban resultándonos mucho más cercanos que si vivieran en la puerta de al lado. En un tiempo en que valoramos más el continente que el contenido, al intérprete que al personaje, nuestros mitos, simplemente, no pueden morir. Cierto que Lauren Bacall no aparecía en ‘El halcón maltés’, pero a ella mejor que a nadie se le podría aplicar la emblemática frase que cierra el clásico, pues estaba hecha «del material con que se forjan los sueños».