Lo que se planteaba en El Sardinero era un duelo de estilos. El chándal de Viadero contra la americana con espais de Rubén de la Barrera. El toque frente a la presión. El talento frente a la inteligencia. Los cazurros serían más jugones, más guapos, más hipsters, pero Viadero sabe más por viejo que por diablo. Y lo iba a demostrar a las primeras de cambio.
En la previa –que viene durando ya unas dos semanas, desde la visita al Bierzo–, mi amigo Fernando Pérez me había hecho un croquis. Son veinticinco años siguiendo la segunda B y contándolo en Radio León y en la prensa nacional. Otro perro viejo. «Si el partido es loco, de ida y vuelta, la cultural te mata. Tiene dos puñales arriba», vaticinó. «Si Viadero es listo, y lo es, planteará un partido tosco, feo, al uno a cero. Y ése sí es para el Racing».
La Cultu, muy previsora, vino con el traje antiniebla; a los aficionados cazurros ni se les veía, pero entre la bruma se les oía animar: «¡Cultural, Cultural!». Diez mil gargantas les acallaron, pero al balón le gusta destrozar cualquier plan lógico. Por eso nos gusta el fútbol, claro. Aunque cuando el visitante te clava una chilena en una jugada de dibujos animados mientras aún te estás acomodando, puede que te guste bastante menos.
Volcarse al ataque, la reacción previsible, podía ser un auténtico suicidio, así que había que activar el plan B. Hacer valer el efecto Sardinero ante un rival que no suele tener más de dos mil y pico espectadores.
Los leoneses parecían querer redimirse en Santander por el 1 a 7 copero, y jugaban como si fueran ellos el club grande. Hasta Córcoles, sin barba, infundía menos miedo.
Sólo hizo falta que el árbitro, un jovencito tan altivo como influenciable, pitara un par de veces en contra de sus intereses para que el míster gritara ¡eureka! O algo mucho más fuerte, porque el árbitro se acercó como un rayo para expulsarle. Y Viadero, con mucha picardía, prolongó el instante todo lo que pudo, soliviantando a una grada que, a partir de ese momento, redoblaría sus esfuerzos. Funcionó.
Existe una especie de comunión entre El Sardinero y su equipo, y en cuanto las cosas se tuercen ambos parecen animarse mutuamente.
Algunos lo entendieron, como Bontempo, que sabe de lo que va este juego, y se dedicaron a calentar a la grada todo posible. Herido en su orgullo, el Racing se metió de lleno en el partido. El empate llegó por avasallamiento, aunque no pudiera consumarse la remontada. A partir de ese momento, la Cultural firmaba tablas, pues se dedicó a jugar con el reloj.
Como en el ajedrez, la jugada de Viadero había funcionado, aunque no hubiera sacrificado precisamente un peón. Más allá del resultado puntual, el Racing dejaba claro que no era peor, ni mucho menos, que unos leoneses que pasaron la segunda parte a merced de los verdiblancos, víctimas de su nefasta puntería.
Pero no se jugaba sólo un partido, sino buena parte de la temporada. Ya sabemos cómo es el temperamento racinguista, que lo mismo da por ganada la eliminatoria de Copa desde el sorteo, que por enterrada la temporada por un para de derrotas. Mejor no andar jugando con fuego. La consigna para este partido era, al menos, salir vivo en la clasificación. Tras un auténtico partidazo, poco faltó para el milagro. Tres palos tuvieron la culpa.