Esta semana, Munitis nos ganó por la mano a todos los ‘escritores’ del Racing: «¿quién habrá escrito esta novela?», se preguntaba el gran capitán nada más aterrizar en Ponferrada para comandar a una Deportiva llamada a ser el gran rival de los verdiblancos esta temporada, por más que su arranque haya sido titubeante.
El destino es caprichoso, pero gusta de propiciar los más pintorescos cruces de caminos. Como los buenos guionistas, cuando menos te lo esperas da una vuelta de tuerca y donde sólo había rutina y metraje de relleno en un abrir y cerrar de ojos te encuentras en medio de un torbellino.
Como ayer; lo que debía haber sido un plácido partido contra un equipo en desbandada, hace seis días se convirtió en el duelo del morbo, el partido con más aristas de toda la temporada. La Deportiva no había digerido bien el descenso, y en Ponferrada cometieron los mismos errores que el Racing el pasado año; cuando el presupuesto es tan abultado, es difícil resistir la tentación de fichar jugones y dejar para más tarde la construcción de un equipo.
Desde la perspectiva de Munitis, la historia se repite. Como si fuera un eterno retorno: de nuevo la misma presión, al frente de una plantilla de calidad pero descompensada, y lastrado por un mal arranque liguero. Otra vez su divisa es ‘ascenso o muerte’. Más que una novela, parece una tragedia.
Sin embargo, a la vez es una gran oportunidad de volver a hacer el mismo recorrido, pero en esta ocasión con final feliz. No todo el mundo puede disfrutar de un segundo intento. Y Munitis lo sabe. Es un luchador, una de esas personas que no saben conjugar el verbo rendirse. Y los caprichos del calendario habían querido que debutara contra su equipo, contra ese Racing que para él es una obsesión desde la niñez. Para lo bueno y para lo malo.
¿Cómo no maliciar una posible venganza de Munitis? Más que un pulso contra Viadero, se trataba de un duelo con el pasado, contra sí mismo. El año y medio como entrenador del Racing ha debido ser el más difícil de toda su vida. Se ha cargado contra él con y sin razón, desde todas las trincheras, y siempre con bala.
Antes del partido, en uno de los habituales mentideros por las calles de Ponferrada, comentaba mis dudas: «Munitis es imprevisible», opinaba, pues no tenía nada claro si la Deportiva querría dominar o nos dejaría el balón. «¿Qué dices? Munitis lo que es, es malísimo», sentenció un locutor y bloguero. Da la sensación de que no importa qué haga el gran capitán: siempre tendrá críticos.
Eso sí, para ser justos, hay que admitir que otra parte del racinguismo, tal vez mayoritaria, tenía ayer el corazón dividido. Y es que el Racing le debe tanto a Munitis… En lo deportivo y en lo emocional, sí, pero sobre todo en lo fundamental: en lo económico. De no haber sido por su empeño, por su apoyo incondicional, el año pasado el club tendría que haber hecho colectas por las calles para pagar el autobús de los desplazamientos. Su implicación casi ha rozado la locura…
Sin embargo, los racinguistas íbamos a Ponferrada confiados, aupados en la euforia de una espectacular racha de resultados. Casi se nos había olvidado que esto era fútbol, entretenidos como estamos con la copa y las cuentas de la lechera. Nosotros fuimos a comer pulpo y botillo, pero ni por asomo sospechábamos que, en realidad, nos dirigíamos sin saberlo al matadero.
Porque la Deportiva fue un vendaval. Tuvo todo lo que le faltó al Racing de Munitis: entrega, presión, picardía y hasta un punto de mala leche, con una agresividad en ocasiones excesiva. Y aunque las fuerzas de ambos equipos están muy parejas, ganó por esas agallas. Se jugaban demasiado en el envite, mucho más que los verdiblancos; sólo con ver salir a Heber en el cambio, a cámara lenta, quedó claro que los nuestros habrían firmado las tablas que entonces lucían en el marcador.
Hasta Munitis y Colsa parecían otros, en continua tensión, comiéndose a los árbitros, motivando a los suyos y hasta pidiendo el apoyo de la grada. Habían sido recibidos en El Toralín con una ovación y una nube de fotógrafos, pero ni eso pudo descentrarles. Al contrario, contagiaron su actitud a un equipo hasta entonces melancólico, pero que tras aferrarse a su nuevo guía luchaba por cada balón, convirtiendo hasta los saques de banda en una auténtica batalla. Tanta fue la entrega, que uno de los blanquiazules acabó vomitando durante el partido, extenuado por el esfuerzo, pero aún así quería seguir jugando. Su presencia, sus galones, tienen que imponer en un vestuario, pero está claro que algo habrán visto en él sus hombres para seguirle tan ciegamente.
Tras la victoria, en la sala de prensa parecían haberle abandonado las fuerzas. Un Munitis algo melancólico huía de todo triunfalismo; acababa de resucitar a una Ponferradina que de perder podía despedirse del campeonato de grupo; había ajustado cuentas con el pasado, poniendo en evidencia que en la pasada campaña el problema tal vez no fuera él. Pero en lugar de hacer sangre del rival, enarboló la humildad como bandera y hasta reafirmó su racinguismo. Seguramente había demasiados sentimientos encontrados, que deberá ir reordenando poco a poco.
Al final, la ‘novela’ acabó bien para Munitis, al menos en este primer capítulo. El Racing, ya lo sabíamos, algún día tenía que perder, aunque ojalá no hubiera sido contra un rival directo.
Eso sí, quedan aún muchas páginas del libro. Y, como dice el tópico, el final aún no está escrito.