Eso dijo Luisito, el míster del Pontevedra: que ni Coulibaly podía creerse que había metido aquel gol.
A la parroquia verdiblanca no le hizo ninguna gracia el comentario, presumiblemente por la carga de menosprecio que llevaban sus palabras, aunque puede que también tuviera que ver que el resto del partido no estuvo demasiado acertado, en especial en la segunda parte.
En cualquier caso, quitar mérito al gol de Coulibaly parece más bien una rabieta infantil. Para empezar, porque venía precedido de una imprecisión de los centrales visitantes, que se trastabillaron con un balón que acababan de cortar –como muchas otras veces más les sucedería a lo largo del partido–, y para continuar porque en la jugada Aquino y Couly se comieron a los defensas, les apabullaron, y para terminar porque, le guste más o menos al entrenador, al delantero le salió un gol para enmarcar, un zapatazo inapelable que se coló por la misma escuadra.
A Luisito, que tanto cuida su ‘look’ de rumbero de los ochenta, no le vendría mal aprender a encajar deportivamente los méritos ajenos, por mucho que le escuezan. Ya sabemos que tiene sus limitaciones pero, como diría Churchill, ‘es nuestro Coulibaly’. Mejor que no lo toquen.
Aún así, Coulibaly se llevó ayer los mayores aplausos en los Campos, pero quien de verdad brilló fue el que promete ser la gran estrella del equipo en esta y ojalá que en próximas temporadas: Dani Aquino.
A pesar de que su pretemporada había sido más discreta, su racha de gol por partido no sólo resulta espectacular sino además merecidísima. Juega de espaldas, toca todos los balones de ataque, mueve a la defensa y además deja destellos de calidad a la mínima de cambio. Eso por no hablar de una entrega mucho mayor de la esperada por su trayectoria. Ciertamente, resulta incomprensible que un jugador con esa clase y esa entrega no esté triunfando en categorías superiores. Se ve que era el destino, que había de traerle a Santander para redimir a este Racing que, por primera vez, arranca la temporada con la mayor de las solvencias.
Y es que pinta bien, pero que muy bien, este nuevo Racing. Tras el debut frente al Palencia, era obligado poner coto al optimismo, pues los castellanos no venían en las mejores condiciones. En Vigo se arrancó un empate que supo a poco, de modo que el encuentro contra el Pontevedra tendría que servir para saber si realmente tenía razón Viadero o no al asegurar que tenía el mejor equipo de la categoría.
Que confiaba en los suyos lo demostró con la alineación: no se volvió loco por hacer debutar a Caye Quintana. El ‘nuevo’ debe ser un figura, pero resulta que el resto del equipo no le va a la zaga.
Eso sí, lo mejor del partido, y de lo que va de temporada, lo hizo un novato, Sergio Ruiz, que se inventó un pase de treinta metros desde el cruce de líneas lateral y central que se coló entre los dos centrales y le cayó a los pies a un Coulibaly que, con todo a favor, no supo qué hacer con él. Sergio nos va a dar muchas alegrías, y Viadero lo sabe.
Lo peor del partido llegó cuando a punto de terminar la primera parte, le llueve del cielo un balón a Iker Alegre en el área grande. Uno de esos balones con los que sueñan los delanteros: plácidamente bombeado, sin defensas alrededor y forzando al portero a una media salida que se prometía fallida. Una bicoca.
Claro que los que están hechos para el sufrimiento, cuanto más fácil lo tienen, más se complican la vida. Alegre quiso pincharla, pero el pie de apoyo se le clavó en el suelo y la rodilla quiso girar sobre sí misma. Lo que podía haber sido un gran gol, uno de esos tantos con valor psicológico por el momento del partido, y porque además marcar sin demasiado merecimiento sabe todavía mejor. Pero Iker Alegre parece que se contagió de ese espíritu de la desgracia que tan a sus anchas campa a menudo por los Campos de Sport, y quiso dejar constancia de que sin problema ninguno podría haber pasado por un sufringuista más. Ojalá que la lesión no sea grave, aunque parece que pintan bastos.
Y un detalle que humaniza a las estrellas del deporte: Quique Setién en la grada, grabando en vídeo el debut de su hijo Laro. Poco importa el liderato de liga o su historial impresionante: al final, era un padre más emocionado por ver a su hijo con la camiseta del club de su vida.