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Javier Menéndez Llamazares

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Gustavo Martín Garzo: El amigo de las mujeres

No hay mayor deleite para un lector avezado que el descubrimiento. O, al menos, sentir que ha sido uno mismo quien descubre a un nuevo autor, mucho antes de que el resto del mundo se percate de su existencia.

Y aunque uno sepa a ciencia cierta que, personalmente, nada ha tenido que ver con tal hallazgo, ni con todo el éxito posterior en su trayectoria, para el que suscribe Gustavo Martín Garzo nació como escritor, y se ganó el cielo literario, el 1992, con un libro que jamás podré olvidar titulado ‘El amigo de las mujeres’.

A pesar de que ya había dado a la imprenta algunos títulos –sobre todo aquel ‘Luz no usada’ que publicara en el mayor semillero mesetario de talentos de los años ochenta, la colección ‘Barrio de Maravillas’–, el escritor que menos de un lustro más tarde irrumpiría con estruendo en el panorama nacional era todavía un autor semiclandestino, un secreto a voces que aún no había salido del circuito vallisoletano, aunque se tratara de un narrador que estaba, según la expresión germánica, más que ‘maduro para la imprenta’.

‘El amigo de las mujeres’ no llegaría a los escaparates de las librerías hasta una década más tarde, pues fue publicado en una edición no venal, pero sí que llegó a mis manos de lector voraz aquel año olímpico en el que el mundo parecía estar a punto de cambiar en cualquier momento. Había ganado el más goloso premio de relatos de León, el que organizaba la Caja de Ahorros bajo la advocación de Emilio Hurtado, filántropo provincial, y que premiaba, en lugar de a una sola obra, a un libro completo.

Seducido por el rojo de la cubierta, y un sugerente grabado en el que un atleta enseñaba a una ninfa a tocar el pífano, no hubo otro remedio que adentrarse en la prosa de Martín Garzo, que anticipaba un género por entonces novedoso, que una década más tarde la crítica bautizaría como microrrelato. Siguiendo una manía personal, comencé no por la primera página sino por el cuento que daba título al libro, en el que fabulaba dos reinos orientales en los que hombres y mujeres vivían por separado, sin llegar nunca a encontrarse; eso sí, podían oírlas y, sobre todo, imaginarlas, fabular con ellas. El libro, pues, no era sino un puente continuo entre dos mundos que habrían de confluir, aunque fuera de las formas menos convencionales.

Todo Martín Garzo estaba condensado ya en aquel libro: sus títulos insuperables –‘¿Qué se puede hacer con una chica?’–, la delicada visión del observador que comparte su experiencia, el juego de los equívocos entre autor y narrador, entre obra y biografía, y sobre todo ese lenguaje musical, esa voluntad de, se cuente lo que se cuente, hacerlo de la manera más bella posible.

Blog del escritor Javier Menéndez Llamazares en El Diario Montañés

Sobre el autor

Desde 2009 escribo en El Diario Montañés sobre literatura, música, cultura digital, el Racing y lo que me dejen... Además, he publicado novelas, libros de cuentos y artículos y un poemario, aparte de cientos de páginas en prensa y revistas. También me ocupé de Flic!, la Feria del Libro Independiente en Cantabria. www.jmll.es

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