A vueltas con la memoria histórica, no se sabe si con espíritu de ecuanimidad o simplemente por puro revanchismo, la comisión de expertos que estudia el cambio de las calles santanderinas cuya denominación alude a la guerra civil o la dictadura ha deslizado, entre otros, el nombre de Pancho Cossío.
Triste destino para el pintor, a quien parece que no se le valora por toda una vida dedicada a la creación, sino por una ideología que, guste más o menos, tenía todo el derecho a elegir él mismo, e incluso a defenderla.
Y es que ahora resulta que Cossío era de derechas. Muy de derechas, incluso. Vaya. Como una gran parte de la ciudadanía de Santander en su momento, que también era de derechas. Incluso muy de derechas. ¿Pero sólo porque era de derechas? Porque no hay noticia de un solo desmán del que pueda culpársele. No hay manos manchadas de sangre, ni tampoco borrones bochornosos en su expediente. Sólo una adscripción ideológica, todo lo vehemente que se quiera.
Sí, claro que Cossío fue falangista. Y ni siquiera queda el recurso de culpar de todo a la juventud y sus extravíos, porque el pintor ya rozaba la cuarentena cuando abandona su vida de artista parisino para regresar a una España convulsa en plena II República, y que el ascua a la que se arrima es el nacional-sindicalismo de Ramiro Ledesma, llegando a participar en la fundación de las JONS santanderinas. Sin embargo, tener una posición política –y de eso todos tenemos, no seamos fariseos– no es motivo suficiente para meter a un artista en el mismo saco que a los dictadores, los golpistas, los pistoleros, los del tiro en la nuca y los fusilamientos de madrugada, verdaderos destinatarios de esa demanda de justicia que hemos dado en llamar ‘memoria histórica’. Pero pensar, creer y hasta militar en un partido nunca pueden ser delito, ni ningún tipo de inmoralidad.
Pesará, desde luego, su retrato de Primo de Rivera. Pero si hasta hace nada podía contemplarse en la tercera planta del MAS, seguro que no lo colgaron por cuestiones políticas, sino por tratarse de una pieza artística, y además notable técnicamente, que es en lo que consiste eso de los museos. Del mismo modo, que su nombre luzca en una placa del callejero o se le erija un busto en Pombo no tiene nada que ver con la política, sino con sus méritos pictóricos, o incluso como fundador del Racing.
Estaría bien que diferenciásemos, por una vez, entre las opiniones y la persona, entre el artista y las ideas que pueda y quiera tener. Y ya de paso, estaría todavía mejor que nos dejáramos ya de parcelar el mundo en partidarios y enemigos, y de mirar el color político de cada cual a la hora de juzgar su trabajo o su valía creativa.