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Javier Menéndez Llamazares

Llamazares en su tinta

En el Día de las Librerías

En una ocasión, hace muchos años –ni siquiera se habían puesto de moda los días mundiales, imaginen…–, me quedé encerrado en una librería. No, no se trata de una pesadilla de Kakfa ni de un guiño a Borges, ése de las ciruelas y las nueces de California; esto me ocurrió en mi ciudad natal, cuando tenía unos diecinueve años y estaba convencido de que la felicidad consistía en rastrear palabras impresas sobre papel offset.

La librería se llamaba Padre Isla, y pertenecía a un buen amigo de entonces, Jaime Torcida, un santanderino emigrado por esas cosas del escalafón paterno y la región militar, que había sido hippie o pasota o rojo quién sabe si algo más peligroso, pero que ya se había cortado las greñas y regentaba un negocio más que decente, en pleno centro de León.

Claro que su idea inicial había sido abrir una librería de ciencias sociales, pero la vida de provincias no da para tantas alegrías, así que el negocio floreció cuando descubrió el filón de los temarios de oposiciones, en aquellos años en que los socialistas ataban a los votantes con longanizas, en forma de convocatorias de empleo público masivas, y el resto de la librería lo dedicaba a la entonces naciente edición independiente: Anagrama, Tusquets, Mario Muchnik…

A pesar de tratarse de un comercio moderno, la suya tenía un secreto, como aquellas legendarias librerías de la posguerra, con su trastienda oculta en la que se despachaban libros prohibidos por la censura, se imprimían pasquines en ciclostil o se reunían células revolucionarias de esas que gustaban mucho más de la palabra que de la acción. La de Torcida, más que una trastienda, era un sótano, doscientos metros cuadrados llenos de libros que conformaban un auténtico museo de todo lo impreso en la transición; desde los primeros libros políticos –recuerdo un ‘Qué son las izquierdas’, de Tierno Galván– a la poesía experimental de Francisco Pino, pasando por los diccionarios chelis o los manuales musicales como ‘De qué va el rrollo’, de Jesús Ordovás.

Era aquel todo un mundo subterráneo en el que el librero me dejaba husmear a mis anchas, con la ventaja añadida de que los precios eran también de época: por cien o doscientas pesetas podías llevarte lo que quisieras, cuando una novedad entonces ya pasaba del millar. Un mundo en el que el tiempo parecía transcurrir a otra velocidad. Tanta distinta a la real, que un día ocurrió lo inevitable: se olvidaron de que estaba allí, y cerraron la librería sin percatarse del polizón que aún estaba en la bodega, curioseando en las entanterías.

Hubo, por supuesto, final feliz, con rescate antológico y las consiguientes tomaduras de pelo, pero supongo que hay experiencias que marcan de por vida; hasta el punto de que, muchas veces, aún pienso que, en mi mente, todavía sigo en aquella librería, que no podía ser sino una sucursal del paraíso.

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Blog del escritor Javier Menéndez Llamazares en El Diario Montañés

Sobre el autor

Desde 2009 escribo en El Diario Montañés sobre literatura, música, cultura digital, el Racing y lo que me dejen... Además, he publicado novelas, libros de cuentos y artículos y un poemario, aparte de cientos de páginas en prensa y revistas. También me ocupé de Flic!, la Feria del Libro Independiente en Cantabria. www.jmll.es

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