En 1960, el arquitecto estadounidense Kevin Lynch definió en ‘La imagen de la ciudad’ cinco elementos que configuran la visión que los ciudadanos tenemos del espacio urbano en que habitamos: sendas, bordes, barrios, nodos e hitos. Con estas definiciones aludía a los trayectos por los que nos movemos, a las fronteras –visibles e invisibles– que adjudicamos a la ciudad, a los distintos distritos, a los focos de mayor tráfico y, finalmente, a los puntos emblemáticos que nos sirven como referencia.
Muchos de estos ‘hitos’ suelen ser centros de poder o culto, pero existe también una geografía popular que se va trazando a vista de peatón, a golpe de zapateo por la vía pública y que toma como coordenadas todo aquello que puede resultar más reconocible, más identificable como colectivo.
Así, frente al callejero oficial, existe otro mucho más extendido, que se transmite de forma espontánea y salta de generación en generación, sin ninguna barrera social. Este callejero popular, el que llama ‘El Muelle’ al paseo de Pereda, no mira la ciudad desde un plano, sino a la altura de la calle, y por eso gusta de elegir como ‘hitos’ sobre todo los comercios. Y es que una esquina sin una tienda o un café sería un rincón más de la ciudad, un lugar anodino, carente de interés. Una simple dirección, el nombre de una calle y su número, un dato más que añadir a nuestra ya saturada memoria. Sin embargo, si quedamos ‘en la puerta de Simago’, ya no recurrimos a unas simples coordenadas, sino que recurrimos a una imagen tan poderosa, que consigue mantener su denominación popular incluso décadas después de que desapareciera el comercio que le dio nombre. En Maliaño, por ejemplo, la gente se cita frente al ‘antiguo INEM’, sin importarles que ya ni siquiera exista. Y tampoco es extraño dar con alguien que siga yendo a comprar a Pryca, tanto tiempo después.
Los comercios son, innegablemente, parte de nuestra cultura, y en muchas ocasiones trascienden el mero fenómeno económico para integrarse en la fisonomía misma de la ciudad. Godofredo, Samot, Pérez del Molino, Breñosa o Zubieta son señas tan válidas como cualquier otra para definir con precisión puntos concretos y fácilmente reconocibles de la ciudad.
Claro que la urbe es un medio en constante transformación, y los cambios, además de estructurales, afectan a su aspecto. La extinción de las rentas antiguas, la crisis económica o el mero paso del tiempo hacen que los locales cambien de manos y hasta de nombre –aunque no siempre; la óptica ‘Sur’ heredó nombre y local de la galería y librería de Manuel Arce–; el cierre en estos días de comercios emblemáticos como la joyería Salamanca supone, también, una pérdida para la ciudad. Se nos va una porción de la identidad de nuestras calles, que cada vez se van pareciendo más a cualquier otro lugar del mundo.