Tras ver pelar las barbas del fugaz concejal de la cultureta madrileña, algunos nos hemos tirado toda la semana rebuscando entre los miles de entradas y post publicados en blogs, los cientos de estados del feisbuk y los cuatro tuits que nos se han ido escapando en los últimos años. Pero después de sacar la tijera, el tipex y la goma de borrar y enredarse con centenares de columnas y artículos, al final no queda más que un leve desencanto; porque tonterías las puede escribir cualquiera, y hasta firmarlas, pero dar la campanada, aunque sea por la vía chunga –un ‘epic fail’, que dicen ahora los más enrollados–, no es tan sencillo.
Total, que textos que esconder bajo la alfombra, todos los que quieras, pero ni aunque sumes tanto desliz y tanto bocachanclismo, que lo hay, ni así le alcanza a uno para que le condene el Frente Popular de Judea o la mismísima convención de Ginebra, así que ya de lo de dimitir ni hablamos. Lo dicho: hasta para liarla hacen falta inspiración y fortuna. Que a trending topic no llega cualquier tontá, que va…
Pero la tormenta zapatista, aparte de seguir demostrando cómo el sistema se defiende de los que quieren cambiarlo desde dentro, también debería servirnos para comprender de una vez que, por mucho ciberespacio en que nos movamos, no todo está permitido. Una tontería es una tontería en la calle o en la red, pero el respeto hay que observarlo exactamente igual allá y acá.
Llevamos años tan entretenidos haciéndonos los listillos en cada post y comentario, que al final hemos sacrificado las normas elementales de convivencia simplemente para demostrar nuestro ingenio. Y al final insultamos igual que si estuviéramos acodados en el bar, sólo que no es lo mismo. El humor es un arte, pero reírse de los demás, aparte de consecuencias nefastas, no tiene ni puñetera gracia.
Vamos, que Zapata se pasó con los chistes, pero seamos justos: ¿cuántos de los que le critican con saña feroz no se desternillan con chistecitos machistas, racistas y homófobos? ¿Cuántos chistes crueles y humillantes se hacen del aficionado rival o contra el enemigo político? A lo mejor lo que sucede no es sólo que el semidimisionario concejal se pasó de frenada, tal vez va a ser que los españoles, en general, deberíamos hacérnoslo mirar.
Eso sí, de entre todas las lecturas que pueden hacerse de este asunto, la más decepcionante es que, en la política española, el verbo dimitir sigue conjugándose sólo en imperativo, aquel ‘quítate tú pa’ ponerme yo’ de toda la vida de Dios.
Irse a medias es más bien quedarse, como ha hecho el todavía concejal Zapata. Lo inconcebible es que su partido, que exige depuraciones a los demás, tolere el espectáculo de ver cómo quien prometía renovación se aferra a su cargo con uñas y dientes, como un político cualquiera.