Cerca de un cuarto de millón de españoles han firmado ya la petición que la psicóloga vallisoletana María Jesús Irurtia ha dirigido al Congreso y al Ministerio de Sanidad para que se incluya la atención psicológica en la atención primaria.
Y es que, más allá de lo necesitados que andamos de que nos hagan caso, lo tremendo del asunto es la salud psíquica de los ciudadanos se desatienda por la sanidad pública, como si no fuera un capítulo absolutamente fundamental para nuestro bienestar colectivo. Sobre todo en estos momentos, en los que a la crisis económica hay que sumar el estrés post-electoral, con tanto cesante desconsolado y tanto aspirante de los nervios, por ver si se cierran los pactos y le apañan lo suyo. El problema, en este caso, es la falta de especialistas, que deben de ser un bien escaso, pero hay otros campos de la salud, como la dental, en los que el estado directamente se lava las manos, no se sabe si acogiéndose a la moderna ideología neoliberal de desmontar lo público, o la más ancestral tradición del poderoso caballero don dinero. Aunque, al final, el resultado es el mismo: el que quiera dentista, que se lo pague.
«Pero, ¿esto entra por el seguro?», solían preguntar los mayores cuando iban al médico, asombrados de que todo fuera gratis. Todo, menos la dentadura. Al menos, arreglarlos, porque si ya no estás en edad de tener dientes de leche, lo único que te cubre es sacártelos. Una solución drástica donde las haya, que parece sacada del más negro baúl de los tiempos, y que más parece una maldición bíblica, que permita distinguir a primera vista a aquellos con posibles para reparar los estropicios del azúcar o la naturaleza, de los menos pudientes, que además de agujeros en los bolsillos los tendrán que lucir también en la sonrisa.
¿Tanto costaría realmente que el tratamiento del odontólogo se incluyese en la sanidad pública? ¿No podría hacerse como con tantas otras especialidades, en las que el mismo médico te atiende en el ambulatorio o el hospital y por la tarde sigue teniendo su consulta privada? O incluso como en Alemania con los seguros públicos, donde tú eliges el médico y luego la aseguradora paga sus honorarios.
Cierto que existen miles de puestos de trabajo alrededor de este servicio, y que tal vez vieran mermadas sus expectativas de beneficio, pero es que al final uno acaba teniendo más miedo a la factura que a los propios aparatos del dentista –y eso, después de haber visto al doctor Scrivello en ‘La pequeña tienda de los horrores’–, y con la excusa de la crisis acaba prefiriendo el dolor de muelas al dolor en la cartera.