Si existe un medio de transporte con encanto y leyenda, ese es el tren. Son ya tres siglos surcando montes y valles a través de sus ‘caminos de hierro’, alimentando los sueños de quienes los vemos pasar, a veces incluso con mirada bovina. Su aire en cierto modo rudimentario, forzado a seguir un camino marcado, bajo peligro de descarrilar, y su apariencia pesada, de arranque lento y con tendencia al traqueteo, jamás será superada por ningún otro vehículo, por mucha libertad o velocidad punta que nos venda.
En el norte, además, el verdadero ferrocarril es el de la Feve. Como una huella imbricada en el paisaje, los raíles de vía estrecha se antojan una parte casi natural del entorno, hasta el punto de que, cuando ya no hay tren, se reconvierten en vías verdes, pero no se pierde su trazado. Décadas después, las viejas líneas aún perviven, estación a estación, apeadero a apeadero, en la memoria de sus viajeros.
Ya no sopla el silbato ni echan humo las viejas locomotoras, pero hoy día los trenes de la Feve resultan más imprescindibles que nunca. Aunque no haya hulla ni se transporten tantas mercancías como antaño, el viejo tren supo llenarse de sentido reconvirtiéndose, para ponerse al servicio de la corta distancia. El ferrocarril, así, urbaniza los pueblos y pone al alcance del ciudadano el mundo rural. No hay más que ver cómo funciona en Cantabria, con sus ejes al este y al oeste que confluyen en Santander, y pasan por Torrelavega. Alrededor del tren, tanto o más que de las autovías, se organiza la población de la zona periurbana, y hacen crecer la ciudad hasta Cabezón de la Sal o hasta Liérganes, con nuestro pequeño ferrocarril, que tiene algo de tranvía urbano y otro poco de línea regular, de esas de bocadillo y cháchara animada.
Con una flota moderna y eficaz, viajar con la Feve era, hasta hace nada, la mejor manera de convencernos de la bondad de pagar impuestos. Si sirven para tener una puntualidad infalible, una impecable limpieza y un servicio excelente, bienvenidos sean. Sin embargo, desde hace unos meses, algo pasa con la Feve.
Lo que empezaron siendo ligeros retrasos se están convirtiendo en norma. Y en lugar de hablar del orgullo de mantener este emblema del norte, todas las noticias hablan de recortes, de descuido, de desinterés… Algo ha sucedido, que amenaza con terminar con este servicio público, que funcionaba verdaderamente bien.
Aún es momento, cómo no, de poner remedio al deterioro, de atajar este proceso que, sin sentido ninguno, está dejando perder una riqueza que tal vez no se mida con parámetros económicos, pero que de perderla la vamos a echar en falta, y mucho. A quien corresponda: ya sabemos que «es peligroso asomarse», pero, por favor, no nos quiten la vía estrecha.