Mucho se habla de la fe del converso, pero a muchos de los que nos despedimos prematuramente del vicio del pitillo, más que el espíritu de Torquemada, lo que nos invade de cuando en cuando es una tremenda nostalgia de cuando nos perfumábamos con aromas de rubio de Virginia, de negro canario o incluso de habano con vitola. A mi tío Ángel Córdoba, por ejemplo, desde que le hicieron dejar de fumar lo que más le gustaba en el mundo era que alguien a su lado prendiera un buen cigarro; por un Montecristo, era capaz de caminar detrás del fumador durante manzanas enteras. Sería, claro, humo de segunda mano, pero no dejaba de resultarle una bendición para los sentidos.
Otros, en cambio, nos conformamos con soñar que fumamos –incluso, cartones enteros–, y disfrutamos con gesto pecaminoso el olor de una cajetilla recién abierta. No falta, incluso, quien se sorprende cogiendo el bolígrafo como si fuera un cigarrillo, o echando mano al bolsillo en busca de sus ‘trujas’, incluso cuando hace una década que ese bolsillo está, invariablemente, vacío.
Y mira que lo teníamos casi olvidado, pero esta semana se ha vuelto a hablar de tabaco en los medios de comunicación y, como siempre, para dar coba a la mano dura que se ha vuelto norma en las últimas décadas. Al parecer, a los británicos les van a imponer la misma restricción extraña que ya inventaron en Australia: eliminar todo diseño de los paquetes de tabaco, que sólo llevarán por fuera maldiciones gitanas y fotos de los desmanes y quebrantos con que los adictos a la nicotina aumentan las estadísticas del gasto sanitario.
Que no es que vaya a defender uno el derecho de cada cual a aspirar el humo que le apetezca –que tampoco estaría de más recordar que la libertad no es sólo privilegio de las empresas–, pero al menos una lanza habrá que romper por la estética… ¿Es que acaso el plan de los antitabaquistas es que los incondicionales del Malboro o el Camel acaben desistiendo del vicio, a fuerza de equivocarse y tragarse Habanos y BN por error?
Que los colorines son un gran reclamo lo descubrió hace un siglo la cocacola, y hace menos un banco español, que parecen querer patrimonializar el color rojo; pero también ocurrió hace tiempo algo parecido, cuando la fábrica de Chesterfield se quedó sin color verde –restricciones de la guerra mundial–, y su cajetilla descolorida se convirtió en un icono mundial.
En esta época de genéricos y marcas blancas, podrán dejarnos sin color, incluso sin diseño, pero, más que acabar con el tabaquismo, con lo que van a acabar es con los fumadores, pero por puro aburrimiento.