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Javier Menéndez Llamazares

Llamazares en su tinta

El Candy

Parece ser que a Celia Villalobos le gusta el Candy, o al menos, la pillaron echándose una partidita en plena sesión del congreso. El pitote que se ha montado, claro, es más que lógico: ¿cómo se le ocurre, en lugar de escuchar la prédica de su jefe de filas, Mariano, encender la tableta y ponerse a juntar golosinas? ¿Es que no había otra cosa mejor que hacer? Sobre todo, existiendo el Farm, que es mucho más molón y tiene además las herramientas y esas pantallas de animalitos que luego te van dando recompensas. ¡Celia, por favor, actualízate!

Y es que el Candy tiene ya su tiempo y va quedando demodé, como sucedió en su día con el spectrum y el msx. Lo que parece que no va a acabar nunca es el vicio de los videojuegos, que nos persigue desde hace ya tres décadas. La cosa empezó con aquellos cajones inmensos de las salas de recreativos, las máquinas de Namco que acabaron con los billares y los petacos como el video con las estrellas de la radio. Fueron los años del Prince of Persia y el Kung Fu Master, y demás juegos de baja resolución pero altísimo nivel de adicción.

Personalmente, mi perdición siempre fueron los marcianitos; en concreto, el Galaga aquel del ‘Ensamble cohetes’. Claro que las monedas de cinco duros no eran infinitas, así que nos cuando llegaron los primeros ordenadores personales pasábamos horas esperando a que el cassette dejara de pitar y se cargase al fin el juego de Buck Rogers, aburridos ya del Pong, que se conectaba a la tele y te dejaba jugar a un tenis minimalista. Con el 386 llegaría una auténtica bomba, el Tetris, que aunque viniera del otro lado del telón de acero debió de resultar todo un negocio, algo así como el cubo de Erno Rubik, pero con joystick. Era tan adictivo, que incluso en sueños uno seguía tratando de formar líneas. O los dos mejores inventos de Microsoft, los únicos que nunca acaban sacando las pantallas azules de la muerte: el buscaminas y el solitario. A saber cuántos millones de horas hemos invertidos los humanos del cambio de siglo en dar cancha a estas dos obras maestras de la ingeniería.

Otros, claro, preferían los dispositivos personales, esos cacharros japoneses que sirvieron de niñeras para nuestros hermanos pequeños. La evolución natural, obviamente, era que saltaran a esas pantallas que ahora todos llevamos siempre encima, y que lo mismo sirven para palmar una pasta en las apuestas que para echar carreras ilegales –virtuales, claro– en San Andreas.

Nos han sisado, sí, los viejos placeres de la conversación, pero a cambio, ¿quién es capaz de aguantar un debate sobre el estado de la nación sin echarle una miradita al Candy? Eso sí, Celia: cuando puedas, ¿me mandas una vida, por favor?

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Blog del escritor Javier Menéndez Llamazares en El Diario Montañés

Sobre el autor

Desde 2009 escribo en El Diario Montañés sobre literatura, música, cultura digital, el Racing y lo que me dejen... Además, he publicado novelas, libros de cuentos y artículos y un poemario, aparte de cientos de páginas en prensa y revistas. También me ocupé de Flic!, la Feria del Libro Independiente en Cantabria. www.jmll.es

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