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Título: Chistes para milicianos. Autor: Mazen Maarouf. RELATOS BREVES. Ed. Alianza, 2019. 168 pág., 15,50 €
Durante mucho tiempo, Beirut fue una constante en los noticiarios, un tema ineludible en la sección de internacional, como la horrible hambruna de Etiopía o la ‘guerra de las galaxias’ entre norteamericanos y soviéticos. Pero pronto aquel conflicto perdería interés mediático, dejando paso a nuevas guerras en oriente medio. Sin embargo, la guerra continuaba en el Líbano. Contra todo pronóstico, también la vida. Si es que a eso se le puede llamar vida.
En ‘Chistes para milicianos’, Mazen Maarouf (Beirut, 1978) toma del natural retazos de aquel país inhabitable, para reconstruir a través de la ficción tanto los siniestros efectos de la guerra sobre quienes la sufren –esencialmente, la población civil–, como las diversas estrategias con que cada persona afronta esa realidad y acomete su particular luchas por la supervivencia, además de las secuelas que ese tiempo especial puede marcar a fuego en la psicología humana. Con la mirada ambivalente de los adolescentes, que deben abrirse a un mundo hostil sin haber perdido del todo la inocencia de la infancia, Maarouf ofrece un puñado de relatos breves, de crudo realismo pero a la vez con un claro aliento poético, en el que la épica del día a día se construye a partir de la adaptación al medio. Eso sí, con la rara habilidad de construir personajes que, por muy disparatada o ruin que resulte su peripecia, emocionan por su candidez y, sobre todo, por su profunda humanidad.
Maarouf escribe, pues, sobre un mundo que conoce bien: nació en una familia de refugiados palestinos, creció en Beirut, se dedicó a enseñar física y química , escribió libros de poesía y desde 2011 tiene el estatus de refugiado en Islandia. En sus relatos, las ciudades no tienen nombre, y tampoco los protagonistas, que nos hablan directamente. Todos cuentan su historia, un testimonio de primera mano en el que poco se guardan: en su ingenuidad confiesan incluso sus más chocantes anhelos, como el deseo del protagonista de ‘Chistes para milicianos’, convencido de que, si su padre tuviera un ojo de cristal, su aspecto grotesco aterraría al grupo de soldados que cada día le apalea, camino de su lavandería.
Con un estilo directo y en apariencia sencillo, pero capaz de captar y reproducir el modo de expresarse, de captar el mundo e incluso de pensar de un adolescente, Maarouf busca siempre un ángulo singular desde el que relatar cada historia, sin renunciar tampoco a la mirada amable, la que despierta más la solidaridad que la compasión. Curiosamente, consigue atinar con la encrucijada exacta en la que el lector jamás desearía estar, con la particularidad de que se llega a ella con absoluta naturalidad. Por ejemplo, en ‘El gramófono’, un hombre que ha perdido los brazos en un bombardeo trata de convencer a su hijo para que le done uno de los suyos e intentar un improbable trasplante en Francia.
En el relato que da título al libro hay incluso un conato de humor negro: para evitar la paliza diaria, los milicianos exigen al lavandero que les cuente un chiste. El hombre y su hijo recopilan, pues todos los chistes que pueden, los ensayan e incluso los inventan. El humor como antídoto contra la muerte debe ser, pues, una receta universal.