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Título: Lagarto Rey. Autor: Javier Medina Bernal. NOVELA. Ed. Nieve de Chamoy, 2018. 132 págs., 10 €.
Si el consejo habitual en los manuales de escritura afirma que todo relato debe comenzar con un terremoto y luego seguir ‘in crescendo’, esta novela se toma el precepto absolutamente a rajatabla: «¡Ja! Soy alcohólico. Sí. La reputa de alcohólico. ¿Y qué?». Así arranca ‘Lagarto Rey’, la primera novela del cantautor y escritor Javier Medina Bernal (Panamá, 1978), un escritor más que consolidado en su país natal, donde ha recibido el premio Ricardo Miró –equivalente a nuestro Nacional de Literatura– en dos ocasiones: por el poemario ‘Hemos caminado siglos esta madrugada’ en 2011, y por el libro de cuentos ‘No es la muerte’ en 2013. Publicada en México por la editorial Nieve de Chamoy, se trata de la primera novela del músico y poeta, que recientemente ha visitado España dentro de su gira europea, siendo una de las paradas el espacio cultural La Vorágine, en Santander, donde ofreció un concierto acústico hace dos semanas.
Quien nos habla al principio de la novela, y a juzgar por sus palabras en estado avanzado y semipermanente de intoxicación etílica, es un escritor fracasado en cuyo historial figuran columnas de prensa y canciones de éxito –interpretadas, entre otros artistas, por la mismísima Paulina Rubio–, obsesionado por las mujeres y la bebida. En su curioso mecanismos de compensación, ejerce de periodista cultural par «para balancear un poco la cosa por aquello de la mierda de canciones que componía», y en su monólogo poco a poco irá desnudándose a sí mismo: su biografía, sus miedos, sus miserias, sus obsesiones… Como la fijación con su «adorado Rey Lagarto», Jim Morrison. Y, sobre, la evocación de las diferentes mujeres de su vida.
Con el hilo invisible de las lecturas, la influencia del narrador español Álvaro Valderas –afincado desde hace dos décadas en Panamá, donde ejerce la docencia universitaria, pero también trabaja como editor y periodista– y su informalismo lúdico late tras el estilo avasallador de Medina.
Su estilo es desbocado, juguetón, vivaz, rítmico… Todo un alarde que no rehúye la parodia y que fluctúa entre la ironía y la sensualidad, entre la sugerencia y el descaro. Usa y abusa del lenguaje coloquial, de lo soez, de lo explícito, pero también del registro culto, de la expresión certera «–Eso dijo exactamente. No dijo ‘Tus canciones son buenas’, o ‘Tus canciones son profundas’; sino ‘apropiadas para hacer dinero’»… En sus páginas late una poesía de lo cotidiano, una experiencia del presente tamizado por una voz y una mirada crítica, desencantada, pero no exenta de humor, catalizado en forma de acidísima ironía –«Amigos, sépanlo: las mujeres, en realidad (créanme, se los ruego), les gusta la panza cervecera»–.
En lucha encarnizada con todo tipo de interferencias –del ‘code-switchin’g que provocan los anglicismos, sobre los que se reflexiona solapadamente en algunos pasajes, a la crítica musical, despiadada con Ricardo Arjona y no menos con Silvio Rodríguez–, la prosa logra transmitir al lector la sensación de un avance trepidante en la acción, pese a que en realidad no suceda demasiado, apenas nada. Sin embargo, la inmensa pasión que desprende la propia narración resulta electrizante, como si no dejasen de sucederse los episodios apasionantes.