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Javier Menéndez Llamazares

Llamazares en su tinta

Cuarenta y tantos

Esta noche cumplo cuarenta y cinco, y en lugar de celebrarlo sopesando si ha habrá pasado ya la mitad de mi vida, sondeando la profundidad de mi fracaso y todas esas tonterías típicas, estoy haciendo compañía a mi padre, al que le ha fallado tanto la salud que ahora su única preocupación es la Copa de Europa. Sólo falta mi hijo para completar el ciclo de tres Javieres, separados por exactamente veinticinco años. O quizás mucho más.

Recuerdo que, cuando mi padre cumplió cuarenta y cinco, vivíamos en planetas diferentes. O cada uno en una dimensión distinta. Mundos paralelos, porque jamás llegaban a tocarse. Yo creo que si habláramos realmente de cómo fue para nosotros 1993, tan sólo coincidiríamos en el paisaje y la climatología. O ni eso, por que él veía el mundo amaneciendo y yo anocheciendo. Él recuerda la crispación y yo que el chunda chunda mató a la estrella de la radio.

Lo realmente terrible es que los tópicos tengan razón, que el mundo nunca se detiene y que la vida es una tómbola, ton ton tómbola. Porque si pudiera verme con los ojos de mi hijo, no quiero ni pensar qué vería. Claro que yo tampoco me parezco demasiado a mi versión adolescente, cuando tonteábamos con la movida y la poesía, y llenábamos nuestras carpetas de estudiantes con lemas como «Vive rápido, muere joven y deja un bonito cadáver», o «La sabiduría me persigue, pero yo soy más rápido». Por fortuna, sólo nos tomamos en serio la segunda máxima.

Aún así, veinticinco años no son nada, pero el mundo en el que yo crecí se ha desmoronado por completo. La triste herencia que les hemos dejado a nuestros hijos es la tecnoprecariedad, una sociedad salvaje y competitiva donde siempre hay alguien dispuesto a hacer tu trabajo mejor y por menos dinero. Y nos quejábamos en los ochenta…

Mi hijo sueña con dirigir películas, yo quería ser una estrella de rock. La ilusión de mi padre era criar conejos en una granja de cultivos hidropónicos. Cada uno tiene los sueños que le da la gana, por supuesto, y normalmente sólo se parecen al final, cuando acaban hechos trizas.

Quizás por eso cuando se nos empieza a escapar la juventud cada uno reacciona como puede: acaparando dinero, derrochándolo en coches llamativos, cambiando de vida, de pareja, de oficio, viajando a Turquía para te implanten pelo… Y todo vale, porque llega un día en que comprendes de verdad qué era aquello del ‘carpe diem’. A mí, por ejemplo, me ha llamado Juanma el del Cazurro para desempolvar las guitarras y jugar a ser los Ramones. Y aunque sigo teniendo dos manos izquierdas sin ser zurdo, y mi voz es poca, pero muy desagradable, me parece que voy a picar el anzuelo. Ya hasta se me ha ocurrido el nombre. Los Espáis. Sólo nos falta el batería, no os digo más.

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Blog del escritor Javier Menéndez Llamazares en El Diario Montañés

Sobre el autor

Desde 2009 escribo en El Diario Montañés sobre literatura, música, cultura digital, el Racing y lo que me dejen... Además, he publicado novelas, libros de cuentos y artículos y un poemario, aparte de cientos de páginas en prensa y revistas. También me ocupé de Flic!, la Feria del Libro Independiente en Cantabria. www.jmll.es

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