Todavía con la inconsolable desazón de esta debacle anunciada, los racinguistas deberíamos ser justos y reconocer lo bueno, aunque sea poco, que esta temporada nos ha dejado. Al menos, la sensación de que hay futuro, porque lo mejor de este club está en su cantera. Jugadores ya hechos como Sergio, los que despuntarán pronto como Pau Miguélez y Gerín, o los que nos hacen soñar, como Musy.
Pero si hay un jugador al que el Racing debería mimar especialmente es Miguel Gándara. Tal vez no sea el más brillante, no firme autógrafos ni levante pasiones, pero cuando llegan los momentos de verdad importantes, quien acaba asumiendo poniendo cara al racinguismo es él. Ya lo demostró el año pasado, luchando hasta la extenuación en Barcelona, sin importarle que se tratara de una causa perdidad, y retirándose con lágrimas incontenibles.
Y ayer volvió a dar una lección. Cuando todos se esconden, él aparece. Cuando nadie quiere llevarse los palos, quien comparece para llevarse todos los palos es Gándara. Aunque llegue cojeando, porque ya se ha llevado unos cuantos sobre el césped. Aunque casi no pueda hablar porque la emoción le atenaza la garganta. Armado tan sólo de coraje y sinceridad, para reconocer que «no sabemos qué ha pasado».
Hace falta valor para asumir una derrota, sobre todo una como la de ayer. De esas que arruinan todo un año. De esas merecidas, labradas partido a partido durante los tres últimos meses. Hace falta verdadero arrojo para hablar cuando ni siquiera los presidentes quieren o pueden hacerlo. Y sobre todo, cuando los capitanes se encuentran en paradero desconocido.
De Gándara habíamos visto mucho bueno sobre el campo en estos dos años. La Peña Cossío reconoció el pasado verano su entrega, y pese a todas las adversidades ha logrado conquistar un puesto en el equipo, y por méritos propios. Pero ayer demostró que es mucho más que un simple jugador. Ayer se echó a la espalda al Racing. No a un equipo, sino a todo un club. Él es el verdadero capitán. Y no se merece este Racing.
Se avecinan nuevos tiempos, y un necesario cambio de aires en un club que debe hacer la cosas de otra manera. Pero lo mejor que tenemos no deberíamos desperdiciarlo. Con hombres como Gándara podemos construir ese Racing que todos queremos. Hagámoslo crecer a su alrededor y al de los otros canteranos que sienten estos colores como los suyos. Que ellos nos llenen de su valor, su integridad y su capacidad de afrontar cualquier situación, por adversa que resulte. Que viva Gándara y que viva el Racing. Incluso en segunda B.