Ante la amenaza más que evidente de que el ex President Puigdemont se cuele en el país de tapadillo para volver a ser President, el gobierno ha decidido extremar las precauciones, que es algo así como rascarse el bajo vientre cuando uno tiene tos. Con su habilidad incomparable para la chapuza, nuestros gobernantes acaban de descubrir que, si consigue acceder al Parlament, no habrá manera de evitar la reinvestidura del depuesto Puigdemont, porque la justicia española es mucho más lenta que justa, y lo ‘ejecutivo’ del poder político es más teórico que literal.
Así que la solución propuesta es más vistosa que eficaz: peinar la frontera para que al gironino no se le ocurra cruzar por La Junquera. Y para que veamos lo en serio que se lo toman las autoridades, en las imágenes que pasan por televisión vemos como la policía incluso levanta las tapas del alcantarillado, como si en lugar de a un político díscolo buscaran a una rata de cloaca.
Y todo ese paripé, ¿para qué? A poco que le asesore cualquier inmigrante, seguro que encuentra forma de volver a casa. Con que se dé un paseo hasta Irún, asunto resuelto. Pero si no quiere ir más lejos, seguro que hay manera de regresar, por mucho que controlen tierra, mar y aire.
Se me ocurre, por ejemplo, que emule uno de los episodios más tronchantes de la transición: la peluca de Santiago Carrillo. El enemigo público número uno del franquismo hacía muchos años ya que lucía un peinado de bola de billar cuando en 1976 intentó entrar clandestinamente en España. Para despistar a la policía, a la ‘inteligencia’ comunista se le ocurrió una argucia que parece sacada de un tebeo de Ibáñez: ponerle peluca. No le sirvió de mucho, porque le detuvieron enseguida, pero hay que reconocer que en las fotos, sin gafas y con las ondas al viento, parecía otro. Aunque igual era porque, como no lo hacía a menudo, cuando sonreía no había quien lo reconociera.
En el caso de Puigdemont, un cambio de ‘luc’ podría resultar definitivo. Porque lo que la policía busca por las alcantarillas es al quinto beatle, con lazo amarillo. Así que lo suyo sería que Carles se presentara a uno de esos programas de mediodía, en los que unos estilistas supuestamente a la última te cambian la imagen en un abrir y cerrar de ojos. Pero vamos, que con agenciarse una chupa de cuero y cambiar el flequillo por un tupé engominado, a lo Travolta, caso resuelto. O unas rastas y un chándal raído, si quiere hacerse pasar por un diputado modernete. Aunque lo mismo da, que da lo mismo: si quiere colarse, lo hará sin despeinarse. Claro, con ese pelazo, quién no…