No somos el antiguo Egipto, pero cualquiera que eche un vistazo a los prados y cunetas de la región podrá ver enseguida que, si no nos acechan las siete plagas, poco nos falta. Entre uñas de gato, onagras, cangrejos foráneos y mejillones cebras, nos estamos quedando sin especies autóctonas. De hecho, costaría mucho convencer a cualquiera que no haya visto Cantabria en el siglo pasado de que el plumero no es su planta más representativa. Si casi parece que la cultivemos a propósito, porque crece hasta en los lugares más inverosímiles; por ejemplo, en el tejado de la estación de la Renfe, en pleno de centro de Santander, crecieron algunas durante demasiados meses.
Poco importa ya cómo y por qué acabó invadiéndonos, pero si nos paramos a analizar que se ha hecho últimamente para erradicarlo, se le acabaría viendo el plumero a más de uno. Porque, más allá de la dejadez institucional y el inevitable intercambio de culpas de los políticos, el problema nos está afectando a todos. Y la mayoría miramos para otro lado. Y eso que, mires hacia donde mires, ves algún plumero, porque crecen incluso en el asfalto. Y quién sabe si no acabarán colonizando hasta las casas, y convirtiéndose en plantas de interior.
Pero, ¿qué podemos hacer? Aparte de quejarnos y pasar de todo, claro. Pues hay quien está más que preocupado por estos asuntos, y buscando y proponiendo soluciones. Porque muchos ayuntamientos y asociaciones privadas organizan cuadrillas y se pasan el verano limpiando algunas zonas, pero la magnitud de la invasión es tal que el simple viento acaba por contaminarlo todo de nuevo. Además, como ya no se pueden emplear pesticidas –que es lo que realmente acabaría con ellos–, es como enviar a un pelotón desarmado a combatir contra el ejército de Corea del Norte. Vamos, que tenemos la guerra perdida de antemano.
La solución, no sabemos si utópica o profundamente realista, la tiene Feli, una maestra de Ampuero muy implicada en la Mancomunidad de Municipios Sostenibles: una gran quedada. Reunirnos todos y arrancar a la vez esas plantas, en bloque. Quién sabe si incluso harían falta varios intentos, pero la situación desde luego lo merece.
Su idea, en cualquier caso, no resulta tan descabellada. Tampoco nos cuesta tanto reunirnos cada vez que el Racing asciende o nos visita Enrique Iglesias. Sólo que, en vez de ir a mirar, iríamos con el escabuche. En mi pueblo, de hecho, ya está inventado desde hace siglos: lo llaman facendera –‘hacendera’, según la RAE– y sirve para limpiar el monte y otras obras comunales. Un par de tardes de paseo y se acabó el problema. Si lo hicieron los gallegos para acabar con la marea negra, ¿por qué no podríamos nosotros? No es que sea un macrobotellón, pero bien planteado, seguro que resultaba hasta divertido. Sólo falta que alguien lo organice.