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Javier Menéndez Llamazares

Llamazares en su tinta

Soy felipista

felipeiiNunca lo hubiera pensado, porque siempre he sido alérgico a cualquier adjetivo que acabe en ‘-ista’, pero no me queda más remedio que confesar que últimamente me he descubierto como un ‘felipista’ convencido, militante y además recalcitrante.

¿Que qué es eso del felipismo? No, no se me asusten: nada que ver ni con Felipe González, ni con el izquierdista ‘Felipe’ de la transición. La cosa va más bien de reyes. Pero no carguen las escopetas todavía: no con Felipe VI, ni mucho menos. No, la camiseta ‘republicana’ que ha escogido la ‘real’ federación de fútbol tampoco es el asunto. Quien me trae a mal traer estos días es Felipe II, que me pone ojitos desde un papel de seda que envuelve una de las mayores tentaciones de este mundo.

El caso es que, desde hace algunos años, mi compañera Pepi Castillo suele inaugurar la temporada prenavideña obsequiando a los compañeros de oficina con unos dulces que lo mismo reconfortan el alma que se pegan a la barriga. Una maravilla hecha a mano con harina, azúcar, almendra y manteca de cerdo que es de lo mejor que Vitoria ha dado al mundo, junto a la baraja de Heraclio Fournier.

Y se llaman precisamente así, mantecados Felipe II. Cosas del marketing, claro, es más viejo que el mundo: al parecer un noble de la época se los dio a probar para congraciarse, y desde entonces se quedaron con ese nombre. Publicidad aparte, lo cierto es que quien los prueba acaba perdonándole al Austria mayor la Contrarreforma y hasta lo de la Armada invencible. Aunque salgan casi a euro la pieza, que ya es valer su peso en manteca. Pero es que hay sabores que te reconcilian con tu propia historia. Tanto, que casi cuesta creer que no sean pecado; será por lo que dicen que engordan, claro.

Y no es que uno sea fanático de los sabores tradicionales, pero de vez en cuando te topas con una magdalena de Proust y todo parece cobrar sentido: los placeres sencillos, las tareas cotidianas, los productos caseros. Un mundo que se nos escapa porque cada vez vivimos más deprisa, y los pocos resquicios que quedan son un secreto para los conocedores o un lujo inalcanzable para el bolsillo de la gente corriente.

Aún así, todavía queda esperanza. En un mundo de bollería industrial y sabores plastificados, todavía queda algún resquicio para quienes van a contracorriente. Gasioseros de pueblo. Panaderos artesanos. Destiladores de licor casero. Cerveceros independientes. Lo auténtico nunca pasará de moda. La empanada que nos hacía la abuela. Las manzanas asadas, las castañas puestas a la lumbre sobre una chapa. Manjares sencillos que nos devuelven al mundo de nuestros mayores, que explican nuestras raíces, que invitan a conservar todo aquello que merece la pena, aunque no lo anuncien en televisión. Ese patrimonio invisible que deberíamos proteger, porque en el fondo es nuestra cultura. Aunque lleve la cara de Felipe II.

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Blog del escritor Javier Menéndez Llamazares en El Diario Montañés

Sobre el autor

Desde 2009 escribo en El Diario Montañés sobre literatura, música, cultura digital, el Racing y lo que me dejen... Además, he publicado novelas, libros de cuentos y artículos y un poemario, aparte de cientos de páginas en prensa y revistas. También me ocupé de Flic!, la Feria del Libro Independiente en Cantabria. www.jmll.es

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