Extraña semana esta que comencé en Barcelona escuchando a gente molesta porque no les dejaran votar y termino en Madrid, donde el ayuntamiento intenta motivar a los ciudadanos para que voten. Va a resultar que los españoles somos así, nosotros y nuestras antípodas; que adoramos los extremos porque nuestro hábitat natural son las contradicciones.
Oficialmente, llevamos casi cuarenta años en democracia, pero todavía no conseguimos aplicarla realmente. Y es que, cuando miles de jóvenes tomaron las calles hace ya seis años, además clamar por su indignación y todo aquello de que no había pan para tanto chorizo, planteaban una reivindicación tan rotunda como ambigua: pedían democracia real. Lo que, por negación, venía a significar que la que teníamos –y aún conservamos– no les parecía ‘realmente’ democracia.
Pues bien, un lustro y muchas elecciones más tarde, el mundo no es que haya cambiado radicalmente, pero sí que hay nuevas sensibilidades y otra forma de entender la política. Como la que abandera Manuela Carmena en Madrid, que ha presentado a sus conciudadanos once propuestas para reformar distintas plazas de la ciudad, y les pide su opinión mediante sufragio universal, llamando a votar a todos los mayores de dieciséis años empadronados en la capital. Y cómo serán las previsiones de participación ciudadana, que se han acabado gastando más dinero en empapelar Madrid –y medio internet– con carteles de ‘Vota, Vota, Vota’; casi seguro que con el presupuesto que se han pulido en publicidad les habría llegado para arreglar alguna de las plazas.
Ya veremos cómo acaba el experimento, eso de hacer un concejo abierto con cinco millones de vecinos, pero lo que resulta irresistible es la tentación de imaginar una consulta popular semejante mucho más cerca. Aquí, en Santander, por ejemplo. ¿Qué opinarían los santanderinos si pudieran votar sobre el metrobús? ¿Dirían que sí o que no? ¿Y sobre el proyecto de peatonalizar la calle Cervantes? ¿Y sobre la misteriosa desaparición de cientos de plazas de aparcamiento? ¿Y sobre la política municipal de perseguir a las motos? Seguro que sobre la OLA o la programación de fiestas ya habría material para varios referendos.
No faltará quien aduzca que ya opinan cuando toca, es decir, cada cuatro años, cuando acuden a las elecciones municipales y tienen ocasión de premiar o castigar, de poner y quitar. Sin embargo, con el voto por partidos se dirimen otras muchas cuestiones, que nada tienen que ver con decisiones puntuales, como si autoriza o no algún cambio en la bahía, sea una barandilla o un centro cultural.
Pero nos quedaremos sin saberlo, porque a esta ‘smartcity’ todavía no ha llegado esa ola de participación. Y porque, muy probablemente, si los políticos consultaran a sus ciudadanos verían que sus intereses están en las antípodas de los planes consistoriales.