Lo sabemos por CSI, que según mi vecina Paqui es la mejor fuente de información práctica para aspirantes a cualquier delito: las pruebas no engañan. Y en este caso no era la del algodón, sino la del ADN, que aunque no sea fiable al cien por cien, la damos por buena porque las milésimas de porcentaje no se ven ni con el microscopio de Los Morancos.
Al final, resultó que la supuesta hija de Dalí no era ni presunta. De hecho, desde que hace unos días se supo que las pruebas genéticas dijeron que nanay, ya no es ni la señora Pilar Abel, sino simplemente, la pitonisa. Porque ya tendría recochineo llamarla ‘adivina’ después de no haber previsto lo mal que acabaría todo este asunto de su reclamación de paternidad. Conocer el futuro sigue siendo una ciencia bastante inexacta, así que sigue siendo más sencillo falsear el pasado, como se ha hecho toda la vida.
La resolución en negativo de la demanda ha terminado siendo una buena noticia para todos, y no tanto porque no haya que hacer partijas de la herencia, sino por el sencillo motivo de que el sistema ha protegido a todas las partes: quien clamaba por reparar una injusticia ha sido atendida –aunque el resultado no le satisfaga, precisamente–, y la verdad finalmente ha prevalecido. Es una buena noticia tanto para los que reclaman un apellido como para los que se niegan a reconocerlo.
Incluso ha sido buena para Pilar Abel, que al menos ya sabe que no puede fiarse de lo que su madre le contó, y que ya puede ir dejando de soñar con una biografía de épicas desdichas: su vida es tan anodina como la de todos.
Lo peor, con todo, de esta historia, tiene que ser el tremendo batacazo emocional de la pobre Abel. Porque cierto aire hay que reconocer que se daba al pintor, y aunque no está tan claro si ella de verdad se creía la historia o no, hay una capacidad de adelantar el futuro que todos tenemos y es la de figurarnos cómo será todo cuando se cumplan nuestros sueños.
Me imagino a la mujer fabulando con que se quedaba con la enorme fortuna de Dalí, que de la noche a la mañana era más noble que el duque de Alba y Tita Cervera, que era suya la casona esa de Figueras y que si quería podía hasta cascar los huevos gigantes que tanto admiran a los turistas.
No está claro si con esto iba a arruinar al reino de España o a la futura república de Cataluña, pero desde luego que era todo un sueño de princesas digno de la mejor infancia, que se ha ido al traste por una puñetera prueba. No me digan que no es como para odiar la biología…