Eusebio lo tiene todo calculado. Con tres millones se apaña: uno para retirarse él, otro para que se retire su mujer, y el tercero de colchón, por si acaso. Luego, si son más, mejor, pero para ir tirando con esa cifra se apañaría. Ahora ya sólo falta que le salga bien el plan.
El problema es que lo que se trae entre manos mi compañero de oficina no es un pelotazo inmobiliario, ni una jugada maestra en la bolsa. Ni siquiera saltar la banca en el Casino o atracar la caja fuerte del Santander. Qué va. Eusebio, que es demasiado pacífico para ciertas aventuras, lo fía todo a la suerte. A esa esquiva y caprichosa de la lotería.
El caso es que el asunto no deja de asombrarme, porque yo le tenía por un hombre cabal, y muy de letras. Tanto, que tal vez no se ha molestado en comprobar la probabilidad de que le sonría la fortuna: entre ciento cuarenta millones, una… o ninguna. Pero, ¿quién dijo miedo? Que sea difícil no quiere decir que no pueda suceder, y a esa posibilidad se aferra Eusebio, que cada semana se acerca al estanco al sellar su boleto.
Y es que le pasa lo que a todos, claro: que sueña con una vida mejor. No se trata de arremeter contra el tópico del dinero y la felicidad, sino que lo que de verdad importa, el tiempo, cuesta muy caro. Carísimo. A él, por ejemplo, que es doctor en Arqueología, le cuesta treinta y siete horas semanales de tramitar facturas –que le importan bastante poco–, poder dedicar algunos ratos perdidos a su verdadera pasión: la investigación.
No hay más que verle cada mañana, cómo se le pierde la mirada mientras el Excel y los programas de contabilidad hacen chiribitas en la pantalla de su ordenador. Algunos fantasean con la fama, la gloria o el éxito, pero él sueña con yacimientos visigodos, con hallazgos numismáticos, con necrópolis intactas. Con escapar de la oficina y pasarse el día revolviendo el polvo del pasado. Y soñar será muy barato, pero convertirlo en realidad tiene su precio: tres millones, según él. Y luego, a vivir.
Igual que los esclavos de Roma ahorraban para comprar su libertad, Eusebio ‘invierte’ en loterías y quinielas no con la intención de aumentar su patrimonio, sino de entrar anticipadamente en el mundo de los afortunados, adelantando esa edad dorada que llamamos jubilación, porque viene de júbilo.
Y como yo tampoco sé nada de cálculo de probabilidades, mejor no hablarle de las peñas quinielísticas, de las apuestas múltiples, de los profesionales que rebañan los eurillos de los jugadores individuales. Prefiero que siga teniendo ese brillo en los ojos cada vez que mira al horizonte y ve excavaciones arqueológicas donde otros sólo veríamos ficheros y expedientes. Si le da tanta felicidad, es el euro mejor invertido.