Jugaba ayer a las paradojas Iván Gutiérrez en el Diario afirmando que perder es bueno, o a menos que a su equipo le va a venir bien la última derrota, y lo primero que a uno le viene a la cabeza es que no sólo en el deporte hay que saber perder, sino también en la vida. Sobre todo, en la pública.
En el fondo, la política es cuestión de ojo. Se tiene o no se tiene. Ojo de águila o visión de la jugada, como prefiramos llamarlo. Incluso hay quien lo adorna con flores, pero ese es otro cantar. Tener vista y cuidar la imagen son dos de las más importantes cualidades para lograr ese casi imposible equilibrio de los que aspiran a mantenerse en la cima.
Algo en lo que está fallando Ignacio Diego, a quien de poco le va a servir que sus más acérrimos seguidores remuevan Roma con Santiago –o Génova con Joaquín Costa, que para el caso viene a ser lo mismo–, que recurran a la justicia o si quieren al sursum corda: lo de echar la culpa al empedrado es de malos perdedores. Y además no sirve de nada. Más bien, resta. Posibilidades de regreso, por ejemplo. Porque embarrar el campo puede funcionar como estrategia, pero si te pillan in fraganti, te retratas. Hay mucha más dignidad en asumir la derrota deportivamente, y quedarte en retaguardia por si vienen tiempos mejores. Pero si enseñas el colmillo, lo que vemos los ciudadanos no es dinámica de partidos, sino un ansia desmedida de poder que ríase usted de ‘Juego de tronos’.
Pero ninguno escarmentamos en cabeza ajena; como muestra habría servido el harakiri del PSOE nacional hace unos meses, cuando el ‘quítate tú para ponerme yo’ les dejó con las vergüenzas al aire y en coma en los sondeos electorales. Si los dieguistas recuperan el poder por las ‘armas’ en vez de por las urnas, a ojos de los votantes estarán tan acabados como cualquiera de los tres ‘primarios’ sociatas.
Al final, quien más vista demuestra tener acaba siendo siempre el mismo. De alcalde-smart a ministro de Santander, hay que reconocer que lo de Íñigo de la Serna es ojo clínico. U ojo de halcón, porque sólo ha hecho falta el primer atasco de la temporada en la autopista de Torrelavega para que se nos plantara ayer a anunciarnos que va acabar de un tajo con el nudo gordiano de la A-8 y la A-67. Una lluvia de millones, hasta cien, que no sabemos cuándo llegará, pero que de coincidir con los soterramientos, reorganizadores y corredores que nos tiene prometidos, puede acabar convirtiéndose en un auténtico chaparrón. Es nuestro Carlos III particular. Y eso, sin haber soltado todavía un duro, más allá de las infografías y powerpoints de las presentaciones. Contra ese talento, poco pueden hacer los dieguistas. Como mucho, ejercer su derecho al pataleo.