Lo de volver de Vigo de vacío se estaba convirtiendo en una costumbre, más que improductiva, bastante molesta. Por si fuera poco el desgaste del viaje –uno de los desplazamientos más largos de la temporada–, que año tras año un tal Borja Iglesias nos marque el gol de la victoria tiene ya algo de recochineo, sobre todo teniendo en cuenta que nos enfrentamos a un filial y, en nuestro fuero interno de racinguistas, sentimos que el rival debería ser el Celta y no su equipo promesas. Si ya, además, nos relegan a Barreiro, un campo poco menos que auxiliar, la espina se va clavando cada vez más adentro.
Esa manía de Iglesias de tumbarnos con sus goles hace recordar aquellas eliminatorias internacionales del baloncesto de finales de los ochenta, cuando el hasta entonces triunfal Real Madrid encontró a su bestia negra en forma de yugoslavo rizoso y burlón. Petrovic no sólo te ganaba, sino que además se reía de ti. Cuando los blancos se aburrieron de perder, encontraron la solución: ficharon al escolta, y se acabó el problema. De hecho, ya sólo lo dejarían salir en dirección a las ligas profesionales, no fuera que la historia se repitiera. Aunque los madridistas sí que la repetirían: Sabonis, Kurtinaitis… Si no puedes con tu rival, fíchalo.
Tal vez el Racing debería empezar a plantearse una estrategia similar, a ver si de una vez conseguimos salir de esta categoría.
En cualquier caso, Viadero sí parece haber encontrado soluciones. Por el momento, se acabó esa racha de derrotas; Borja Iglesias marcó su gol, como mandan los cánones, pero esta vez el Racing no se volvió con cara de circunstancias. Y es que este nuevo equipo tiene demasiado carácter como para dejarse amilanar por ningún rival.
Y eso que, aunque el partido arrancó bien, el respeto del Celta no duró más allá del primer cuarto de hora. De los escarceos iniciales de César Díaz pasamos a vivir con el miedo en el cuerpo, cada vez que el locutor advertía de un nuevo ataque celeste. De pronto, descubrimos que uno de los poderes de Viadero es la clarividencia, porque supo anticiparse al dominio rival mucho antes de que ocurriera. Algo iba mal, debía de barruntar desde el banquillo, incluso cuando Sergio Ruiz estuvo a punto de consagrarse con un zapatazo desde fuera del área. Pero las apariencias no le engañaron: el Racing iba por mal camino.
Si Viadero hubiera sido supersticioso, seguro que le habría dado por cambiar la camiseta, quitase esa negra que parece tener un mal fario al que nadie es capaz de poner remedio. Sin embargo, el míster es más bien pragmático, y en lugar de las equipaciones prefirió cambiar a los que la portaban. Al menos, a uno de ellos.
Y desde luego que Viadero acertó, porque fue hacer el cambio y llegar el gol rival; aunque fuera por la banda contraria a la que pretendía reforzar.
Aún así, el paso del tiempo –y por la sesión de terapia que debió de propinarles en el descanso–, acabaría por demostrar que el entrenador no se mueve por impulsos, sino que sabe muy bien lo que se hace. Sus reflejos salvaron el partido, aunque fuera a costa de minar la moral de uno de sus mejores pupilos.
Cambiar a un jugador a la media hora de juego no suele ser muy buena señal; o bien demuestra que el entrenador se ha equivocado con el planteamiento inicial –o, al menos, con la elección de la alineación–, o bien que hay algo que no funciona como el preparador quiere y decide arreglar la situación por la vía más drástica.
En rueda de prensa, Viadero quiso quitar hierro al asunto, asegurando que podría haber cambiado a algún otro jugador, pero lo cierto es que la sustitución prematura de Óscar Fernández es un claro mensaje de vestuario. O bien el futbolista no estaba siguiendo sus órdenes, o bien consideraba que su entrega no era necesaria. En cualquier caso, con su sustitución le señala, y más vale que nuestro joven valor se aplique en complacerle, porque la competencia por el puesto es grande. Grande y musculosa. Y entre el talento y la garra, no sabemos qué elegirá Viadero; de momento, ha estado apostando por la calidad de Óscar, pero esta corrección sobre la marcha puede hacer que Coulibaly le quite el puesto. Incluso, a pesar de la notoria falta de generosidad que demostró en El Sardinero el pasado domingo, negando a Goñi un pase de gol.
En fin, menos mal que el domingo, en los Campos de Sport, el Racing lucirá la camiseta blanca, y no la negra.